Concurso: Recuerdos con cariño desde la sanidad

Relación sanitario y pacienteHay una cosa que a muchos nos preocupa del actual sistema de atención al paciente: Que la falta de tiempo tiende a deshumanizar. A muchos profesionales les gustaría disponer de más tiempo para establecer un vínculo como el que antaño creaba el médico «de toda la vida» con su paciente, pero 5 minutos por cada uno rara vez te dejan centrarte en algo más allá de la enfermedad, hasta llegar al enfermo como una persona. Y eso es grave. Y lo es porque, mucho más a menudo de lo que pensamos, la gente acude a la consulta con más necesidad de un apoyo emocional y social que un tratamiento a base de pastillas. Buscan no sólo a alguien que les cure, sino también que les cuide.

Los practicantes de las medicinas alternativas se aprovechan de ello, a sabiendas de que disponen de un valioso tiempo (del cual los otros carecen) por el que establecen fuertes vínculos con sus pacientes que pueden llegar a ser potentes placebos. Tanto es así, que el día en que los practicantes de las medicinas alternativas dispongan de sólo 5 minutos por paciente, habrán comenzado el principio de su fin.

Aún así, aún con esa falta de tiempo, existen profesionales sanitarios capaces de hacer que el paciente se sienta a gusto y cuidado en esos momentos tan críticos y vitales como cuando la enfermedad está presente o puede estarlo: Un gesto, un chiste, una actitud, una anécdota…

Este concurso es un homenaje a ese trato humano tan necesario y a todos aquellos profesionales sanitarios (médicos, enfermeras, farmacéuticos, psicólogos, fisioterapeutas, etc…) que hicieron que el paso a través de la sanidad se convirtiera en un viaje más agradable. Y, así, aprovecho el aniversario de Medtempus para hacer algo que llevaba mucho tiempo pensando: Realizar una actividad en la que potencialmente casi todos los lectores pudieran participar (quién más y quién menos todos hemos estado alguna vez malitos) y premiar a algunos de ellos.

Bases del concurso

-Pueden participar en el concurso tanto sanitarios (y estudiantes de carreras sanitarias) como pacientes de países de habla hispana. La participación consiste en relatar en un comentario en este artículo (Concurso: Recuerdos con cariño desde la sanidad) esa experiencia especial o ese gesto o anécdota que recuerda con cariño de su paso por la sanidad, ya sea desde el rol del paciente o desde el rol del sanitario o estudiante sanitario hacia su paciente. El comentario debe comenzar indicando “Paciente” o “Sanitario” según el lugar que ocupe en dicho recuerdo. A continuación, comenzar el relato con “Yo recuerdo». Se admite un comentario por persona.

-En los campos de datos para rellenar del comentario (Nombre y email) no es necesario que pongan su nombre real, basta un nick. Sin embargo, deben colocar su email (no será visto por otras personas) para poder contactar con ustedes en caso de que resulten ganadores.

-Los comentarios no deben hacer alusión a nombres concretos para respetar la privacidad (tanto de sanitarios como de pacientes), basta mencionar el lugar si así desean hacerlo. Todo aquel comentario que vulnere la privacidad será eliminado.

-El día 19 de Julio a las 23:59 horas se cerrará el plazo para los comentarios. El 20 de Julio de 2010 se realizará el sorteo al azar de los comentarios escritos comenzando por “Yo recuerdo…” y se cogerán 3 nombres: 1 de profesional sanitario y 2 de pacientes. Ese mismo día se anunciarán los ganadores y se contactará con ellos para informarles al respecto y solicitar los datos de envío de los premios.

Premios del concurso

Con los ahorrillos que hemos ido juntando de los ingresos por publicidad de MedTempus nos ha llegado para unos premios fenomenales, extraordinarios, que seguro disfrutarán: ¡¡3 pulseras Power balance!!

Es broma, es broma. No se me echen al cuello todavía.

El premio para el comentario del profesional sanitario ganador recibirá un maravilloso estetoscopio electrónico Littmann 3200:

Estetoscopio Littmann electrónico

Manejo totalmente intuitivo, amplificación del sonido, memoria interna para grabación de sonidos, disminución del ruido ambiente, transferencia de datos al ordenador mediante Bluetooth (sí, todo es mejor con Bluetooth), software de análisis cardiológico y pulmonar de los sonidos… Les aviso que cuando prueben esta maravilla de la tecnología no querrán volver al estetoscopio de toda la vida.

El premio para uno de los 2 comentarios ganadores de paciente será un original Gruve:

Gruve

¿Y qué leches es eso del Gruve? Pues es un acelerómetro triaxial que se coloca en la cintura y registra los movimientos del cuerpo humano como cuando andamos, corremos, subimos escaleras, etc… En base a esos registros y a otros datos personalizados que aportas, el aparato te avisa mediante códigos de colores del ejercicio que has hecho a lo largo del día y te vibra si estás muy perro y llevas ya unas horas sin hacer el ejercicio que te toca. El aparatito ideal para que se te remuerda la conciencia por ser tan sedentario y comiences a hacer actividad física de una puñetera vez.

Y como no todo va a ser cultivar el cuerpo, también nos ocupamos de la mente. El otro premio para el otro comentario ganador de paciente será un completo y selecto pack de 10 libros excelentes de divulgación médica:

Libros
-El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Oliver Sacks.
-El mono obeso, de José Enrique Campillo.
-Anatomía de un MIR, de María Valerio Sainz.
-Los cazadores de microbios, de Paul de Kruif.
-Monstruos súper sanos: hábitos saludables para toda la vida, de Valentin Fuster.
-La mujer desnuda, de Desmond Morris.
-Los laberintos del cerebro (Fantasmas en el cerebro, agotado), de V.S. Ramachandran.
-La homeopatía, ¡vaya timo!, de Víctor-Javier Sanz.
-Cómo morimos, de Sherwin B. Nulan.
-Las razones del deseo, de Sharon Moalem.

Y creo que nada más, anímense a comentar y que el Flying Spaguetti Monster reparta suerte. Si tienen alguna cuestión, no duden en preguntar por aquí, como no comenzarán sus comentarios con «Yo recuerdo» no serán contabilizados para el concurso.

34 comentarios sobre «Concurso: Recuerdos con cariño desde la sanidad»

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    1. Concurso. Una mano amiga.

      Sanitario. Yo recuerdo una noche de muchas en las que mi trabajo como enfermera cobraba sentido. Recuerdo que estaba ingresada la madre de una médico internista. La mujer sangraba sin parar por la nariz. Había que hacerle un taponamiento y su hija (una de las mejores médico que he conocido) no se atrevía a taponarla por lo que llamó a otro internista (el otorrino estaba de guardia pero fuera del hospital). El otro médico tenía un perfil totalmente diferente. Era rudo con los enfermos, sólo le preocupaba su diagnóstico sobre el papel y no les miraba a los ojos. Además, era torpe.

      En fin, que ese internista no supo o no quiso taponarla. Así que su hija tuvo que empezar a taponar a la señora. Mi función consistió en dar la mano a esa mujer, darle confianza en que todo iba a salir bien. Ella mientras duró todo no me soltó, incluso me clavó las uñas, sin querer claro. Luego me pidió perdón. Y también me agradeció que hubiera estado ahí. Su hija también lo hizo.

      A veces, la labor de un médico o de una enfermera es simplemente estar ahí, demostrar que estás y que te importa la otra persona. En muchas situaciones, porque son graves o por todo lo contrario, no se puede hacer nada. Y con eso me refiero a que no se puede hacer nada médico, pero hay tanta labor humana que podemos ofrecer.

      Estuve varios años trabajando por la noche. Y en ese turno había que poner medicaciones, calmantes, transfundir, sondar, etc. Pero sobre todo, dar compañía. Por la noche, las distracciones desaparecen y el miedo aumenta y con él el dolor. Así que en muchas ocasiones, cinco, diez o veinte minutos de charla funcionaba mejor que un somnífero; un cambio de postura, mejor que un calmante y una caricia mejor que un antibiótico.

      Ojalá que la crisis no nos obligue a emplear esos minutos en otra cosa. En un hospital, en una cama, casi todo el mundo se siente frágil. El calor humano, siempre se agradece y si es a través de una caricia, mucho más.

  2. Si los «alternativos» pueden aprovecharse de que tienen tiempo para conectarse emocionalmente con el enfermo, y logran de esa manera tener un mejor efecto placebo, los racionalistas deberíamos presionar para que se incluya a las pseudomedicinas anticientíficas en el sistema de salud. De esa manera, van a tener 5 minutos por paciente, van a dejar de tener la ventaja del tiempo, y eventualmente la gente reconocerá su ineficacia…En fin, ya que no podemos convencer a la gente racionalmente, que la burocracia se ocupe!

  3. Concurso: Recuerdos con cariño desde la sanidad
    Sanitario, yo recuerdo, como estudiante de medicina acá en mi adorada Colombia, en cierta ocasión mientras me encontraba por mi rotación de Urología, en un hospital de IV nivel; por ser de tan alto y «prestigioso» nivel, el servicio siempre estaba lleno y pacientes no nos faltaban (pero personal sí).
    Recuerdo que ese día era Martes, luego de lunes festivo…(el peor día que te puede tocar), yo iba presto a iniciar mi jornada e inicie labores a las 6 am, hora asignada por el urólogo docente para llegar todos los días; me dirijo al piso 7, ya que ahí se encuentran hospitalizados la mayoría de nuestros pacientes, al llegar a la cama 74, noto que hay una mujer de aprox 20 años muy afanada y adolorida, llorando mientras hablaba por el teléfono; me dirijo a ella y le digo — «buenos días, yo soy Emiro, te estaré viendo el día de hoy» –, ella continua hablando por teléfono y es inevitable escuchar cuando le dice a su hijo –«si mijito, yo llegare a casa en cuanto pueda, pero ahora mismo está un doctor acá, luego te llamo»–, luego de hablarme del dolor que sentía a causa de un cálculo renal enclavado en su uréter proximal, le digo que no se preocupe, le administro un opioide y calma el dolor; llega la hora de explicarle el plan de manejo, antes de seguir ella me interrumpe y me dice –«doctor, ya me siento mejor, me puedo ir?»– no me deja pronunciar el «no» cuando reclama –«es que tengo a mi hijo enfermo con varicela, en mi casa, la abuela no lo puede cuidar en las noches y no puedo faltar otro día al trabajo», le explico la importancia de hacerle un procedimiento quirúrgico, por los riesgos de daño al riñón que pueden suceder en caso de no hacerlo, finalmente luego de hablar algo de tiempo con su novio, acepta al procedimiento. Hago los papeles necesarios para la cirugía y continúo mis labores diarias.

    A la mañana siguiente, día de cirugía, reviso la programación, y veo, efectivamente el nombre de la paciente que había visto el día anterior, decía: –«Paciente: XXXX XXXXXXX / Procedimiento: Ureterolitotomia Endoscópica / Duración Aprox: 60 min / Hora: 8:00»–; le comento al urólogo de turno la historia de la paciente, nos encontramos prestos a iniciar el procedimiento, pero la paciente no llega a la sala de cirugía, inicia la impaciencia… el urólogo manda a llamar a la enfermera encargada del séptimo piso, la cual le dice que hay un problema con la paciente, que necesitan de nuestra presencia allá. Le digo al Urólogo que no se preocupe, que yo iba a solucionar el problema, por lo que me cambio nuevamente me pongo la bata, y voy al Séptimo piso. Encuentro a una compañera de mi semestre discutiendo con la paciente, un intercambio de adjetivos se hace notorio, y la enfermera me dice –«Doctor!, que problemática esa señora!»–, le pido a mi compañera que salga para hablar con ella, luego de unos gritos más, ella sale y me dice: –«no sé qué es lo que quiere esa señora, pero es insoportable»–; le digo que el Urólogo necesita a alguien quien le ayude en salas de cirugía, por lo que ella se va todavía rabiando por la acalorada discusión.
    Entro a la habitación, digo «“»buenos días María*, te estamos esperando en salas de cirugía, por que no has dejado que te lleven?»–, a lo que ella contesta «“»Doctor, menos mal lo veo, tengo un problema gigante!»–, rompe en llanto, luego de un silencio, le paso una toalla desechable (no tenía más que ofrecerle), se limpia las lágrimas y me dice «“» ay doctor, si supiera, mi novio me termino y ya no va a ir a cuidarme a mi niño, yo necesito irme ya de aquí!!», la enfermera entra y me dice con el suficiente volumen «“»Pero entonces hágale firmar un documento para que se vaya de aquí, si no quiere estar aquí pues que se vaya»–, agradezco su poco amable aporte con un simple «“»Ya se clarita*»–, a este punto me di cuenta del problema, una mezcla de la poca tolerancia del personal sanitario, con una mala situación de la paciente. Ella sigue llorando, le digo»¦
    –«María, yo sé que en estos momentos lo último en lo que piensas es en tu enfermedad, pero necesitamos operarte para que puedas estar muchos años más con tu hijo; como Medico te puedo dar salida si así lo deseas, pues esto es un hospital mas no una cárcel; pero como persona te digo que te hagas esta operación por tu bien; te pido disculpas si mi compañera te ofendió, desde ahora hagamos las cosas bien, si?»»”
    Ella me dice «“»Doctor, vea, si usted me lo dice yo confió en usted, déjeme soluciono el problema de mi hijo y le respondo»–, le doy mi aprobación con una sonrisa y le digo «“»María, cuando estés lista yo lo estoy», y vuelvo a la sala de cirugía.
    Durante toda la mañana y toda la tarde no la veo llegar, llamo en varias ocasiones al séptimo piso para encontrarme con la suerte de que no me contestaban, me concentro en los procedimientos que hacíamos; finalmente a las 18:00 llega María*, mientras le daban sedación me ve y me hace una señal con el pulgar que me da un mensaje implícito: el problema con su hijo está solucionado.
    El procedimiento se realiza sin complicaciones, el despertar de la paciente es agitado, pero me acerco y le digo «“»María, te fue muy bien, nos vemos ahora que te lleven a recuperación» con eso ella se calma y permite que el anestesiólogo le retire el tubo. Al salir mi compañera, con la que había discutido la paciente, me dice «Solo te falto darle un besito, no?», insinuando que la paciente no merecía esa especial atención que le daba (más tarde me entere que ella mientras yo no estaba había catalogado a la paciente de «problemática» y «negligente» con lo que todos en la sala de cirugía llevaba una mala imagen de María, dado que María se portó muy bien, ella quedo como mentirosa ante todos.), me quede callado 5 segundos mirando al piso, y respondí: –» no te preocupes Alejandra*, a ti también te trataría así de bien».
    Entendí que eso que dije me garantizaba una mala convivencia con mi compañera, pero se sentía como la cosa correcta para decir»¦, vi nuevamente a maría en recuperación, me contó que había encontrado una prima quien le cuidara a su hijo, y al día siguiente se fue para su casa, agradecida con nosotros, con unos ojos que demostraban alivio y una sonrisa de gratitud.

    En ese momento, me sentí bien, había descubierto al fin, la empatía
    * Nombres Ficticios

  4. Paciente.

    Yo recuerdo el día en que fui por primera vez al psiquiatra. Me recibió amablemente, me senté, se sentó frente a mí, y lo primero que me dijo (aparte del saludo inicial antes de hacerme pasar) fue «Mi nombre es Cr… Ch…, soy psiquiatra». Dos frases dichas atentamente, fueron suficientes para sembrar confianza en mí.

    Que un médico se presente a sí mismo, con nombre y apellido, no es lo habitual (al menos en mi ciudad)… en realidad es rarísimo, y que me lo diga con tanta calma, uff… a mí que en ese momento tenía el ánimo de un zombie, me hizo sentir que aún tenía vida.

    Y seis años después, sigo viva.

  5. Paciente.

    Yo recuerdo mi única RMN. Yo estaba muy preocupado y alterado. Una de las chicas que trabajaba allí se dio cuenta, y actuó en consecuencia: estuvo pendiente de mi y de cómo me encontraba, conversaba conmigo durante el transcurso de la misma y tuvo infinita paciencia con mi nerviosismo.

    Posteriormente, ella misma fue la que me entregó el informe en persona en el que afortunadamente pude leer que el resultado era negativo. Si hubiese sido positivo, hubiese sido igual: le estaré eternamente agradecido por no sólo ser profesional sino haber conseguido sacarme una sonrisa en uno de los peores momentos de mi vida.

  6. Paciente.
    Yo recuerdo, que estaba nervioso, muy muy nervioso… (Una aclaración: en realidad yo no era el paciente, pero acompañaba a mi mujer, que estaba embarazada en ese momento, al ginecólogo. Me trasladaré al pasado para compartir este momento con vosotros en primera persona). Estoy tan nervioso que me sudan y tiemblan las manos. Le están haciendo una ecografía a mi chica en la que se supone que ya podremos saber el sexo de nuestro bebé. El médico nos va diciendo lo que se ve en la pantalla, que si la cabecita, que si el corazón, las manitas… pues yo no soy capaz de ver nada… y no es la primera vez que vemos una eco, ni mucho menos, yo soy biólogo y mi chica es médico… pues por mucho que me esfuerzo no veo, lo cual me pone aún más nervioso. Cuando por fin distingo el corazón veo que está latiendo muy rápido, lo cual inmediatamente hace que piense si es lo normal o algo está mal… la emoción que siento en estos momentos es tan grande que me hace estar a la vez contento, orgulloso, alegre, asustado y nervioso, muy muy nervioso. El médico busca mostrar en pantalla los genitales del bebé y tarda un rato en conseguirlo, y yo sigo sin ver nada… Y para colmo me mira sonriendo y me dice: Ahí esta, ya sabes de que sexo es tu bebé ¿no? ¿nooo? Yo emocionado y más nervioso aún lo miro descompuesto y le digo: Claro, un niño ¿no? Evidentemente no veo nada, pero me sale decir que es un niño. Mi chica y el médico me miran y se ríen y tranquilamente me dicen: Anda ya, ¡no ves que es una niña! Ahora soy el hombre más feliz del mundo, se me pasan los nervios y me siento muy afortunado. ¡Y empiezo a distinguir a mi pequeña en la ecografía!

    Hoy mi pequeña Marta tiene casi dos años y medio, y estar con ella me hace corroborar el pensamiento de que soy el hombre más feliz del mundo y sigo recordando esos momentos como si los estuviera viviendo ahora mismo. Lo pase bien y mal a la vez. Fue una experiencia increíble, una mezcla de sentimientos y de estados corporales que no puedo describir, que me resulta difícil de explicar, solo superada por el momento en que Marta nació… pero esa ya es otra historia, para mi tan bonita como ésta, o más, que ya compartiré en otro momento…

  7. Paciente. Yo recuerdo…

    Bueno, no es que me haga falta recordar mucho, pues esto que cuento pasó hace bien poco, en la sanidad pública española. Mi mujer estaba embarazada, y como tal nos fuimos a hacer la prueba del triple screening. Para los que no lo sepan (que imagino que serán casi todos los que no tengan hijos) es la prueba que, a base de la comparación entre las mediciones de dos hormonas más una serie de signos biométricos del feto, tomados en ecografía, determina las posibilidades de que el niño tenga, entre otras cosas, síndrome de Down. No es una prueba diagnóstica, sino que sólo te da un porcentaje de posibilidades: a partir de un determinado porcentaje, se considera un riesgo alto, y se aconseja realizar una amniocentesis para confirmar o descartar el Down o lo que sea.

    En fin, que nos hicimos la dichosa prueba, y el día de los resultados estábamos en la cosulta, en mi caso muy confiado. Me gusta informarme de todo detalladamente a través de internet (me imagino que por eso leo MedTempus) y me he convertido con el tiempo en un «experto» en temas de embarazo (o eso creía yo, jeje): en la ecografía todo había ido fenomenal, un pliegue nucal pequeño, presencia de huesecito nasal, todos signos de que la cosa iba bien. Me dio mal pálpito que nos llamaran los últimos, pensé «si a alguien le tienen que dar una mala noticia, lo dejarán para el final para tener más tiempo». Efectivamente: muy amable y delicadamente, la doctora nos explicó que había un riesgo alto y que debíamos hacer amnio. Cuando le íbamos a decir que preferíamos no hacerla (la amnio también tiene sus riesgos, aunque muy pequeños, y hace mucho tiempo que habíamos decidido tener el niño aunque tuviese síndrome de Down) llegó lo peor: el riesgo no sólo era muy alto (1/12!!), sino que no lo era por Down, sino por síndrome de Edwards.

    Del síndrome de Edwards sólo diré que no he sido capaz de leer la lista entera de síntomas porque las veces que lo intenté me echaba a llorar delante del ordenador. Los niños que nacen con él rara vez pasan del primer año de vida, y en todo caso no sobreviven (o hay muy pocos casos) a la niñez: una corta vida de sufrimiento continuo. El riesgo hormonal/bioquímico, uno de los dos tipos que se miden, era el más alto posible: 1/2, es decir, una moneda al aire, cara o cruz.

    Por supuesto, las ilusiones del embarazo se convierten en angustias, y por si fuera poco, de larga duración. Hay que esperar un par de semanas a hacer la amniocentesis, y ¡tres semanas más! a tener los resultados. Llegándose al extremo de que, si hay que practicar el aborto por dar positivo por el síndrome, se acerca al límite legal de tiempo. Es decir, si cada día que pasa (como saben todas las madres) eres más consciente de que tienes un bebé dentro, no es lo mismo abortar de diez semanas que de veintidós, cuando hasta lo has visto en ecografía dos veces.

    Fuimos a la amnio, y la doctora G… (la protagonista de nuestra anécdota, por fin!) nos trató con mucha amabilidad y no menos profesionalidad, y nos dio la primera buena noticia. Viendo que nos la hacíamos por un riesgo alto, nos informó de que existe una prueba nueva (FISH, se llama) que permite descartar o confirmar los síndromes más comunes… y que tenía resultados a los dos días! Era jueves, con lo que los resultados los tendríamos el lunes, sin tener que esperar otras tres semanas… Se apuntó nuestros teléfonos en su agenda personal.

    La doctora G… no esperó a darnos cita para darnos los resultados. Ni siquiera esperó los dos días que se necesitaban: llamó al laboratorio y consiguió llamarnos a nosotros el viernes por la mañana, para confirmarnos que nuestro hijo nacería sano. Aún me emociono al recordarlo…

    [[[Si no lo digo reviento: muchas gracias al magnífico equipo de profesionales de tocólogos, pediatras, matronas y auxiliares del hospital Infanta Leonor de Madrid.]]]

  8. Paciente.

    Con 24 años decidí operarme de fimosis. La médico, cuando yo era chiquitito, me recomendó que me lo hiciera mirar con 16, pero lo fui dejando por miedos.

    El día de la operación estaba bastante nervioso la verdad, siendo la primera en mi vida consciente que entraba en un quirófano. Al llegar descubrí un ambiente afable en el que los dos cirujanos (jovencitos) bromeaban con la enfermera.

    Viendome la cara de pasmo, uno de los cirujanos me preguntó que clase de música quería escuchar durante la operación, que en el iPod tenía un montón de música. Yo le dije que me gustaba el jebi, a lo que la enfermera se negó en rotundo con risas de sus compañeros. Al final, llegamos al cuerdo de poner The doors pero que cuando ya fuera a terminar la operación sonara The call of ktulu de Metallica, y así yo sabría que el asunto había concluído.

    Imagínense mi alegría al escuchar esos bellos acordes. Me pareción un puntazo, la complicidad que establecieron conmigo, el buen rollo de elegir yo la música me relajó un montón.

    Un 10 para ellos y muchas gracias, de mi parte y de mis partes.

  9. Paciente.
    Hace meses me diagnosticaron depresión, entre otras cosas. Pero antes de llegar a este diagnóstico, tuve que pasar por la inmensa vergüenza de pedir ayuda en una etapa en que todo y todos me hacían autodestruirme y arrinconarme en mi propio dolor. Cuando esta situación se me hizo totalmente insoportable, me lancé y confié en una amiga, premédico de cuarto curso, aún creyendo que iba a ser un gran error. Nada más lejos, en vez de rechazo me encontré con una gran cantidad de cariño y comprensión, me echó un cable que nunca olvidaré. Supo convencerme para que me decidiese a visitar al médico de cabecera y éste, a su vez, me convenció para tratar con una psicóloga.
    Meses más tarde, sigo un tratamiento farmacológico aunque los efectos hace ya un tiempo que se notan, y muy positivamente. Pero lo que más me ha ayudado es la dedicación de unos y otros que han sabido convencerme de que lo que hacía era lo correcto y que no hay vergüenza que valga.

    Moraleja de la historia: confía en tu médico. Si no hubiese dado ese paso, si no hubiese confiado en gente que es y que será médico, probablemente estaría mucho peor de lo que puedo imaginar. Hay fantásticos profesionales ahí fuera que se dedican de verdad a su trabajo. Y lo mejor de todo es que seguirán habiéndolos si gente como mi amiga siguen sus pasos (y en ello estan). Un saludo a ambos, si leen y reconocen esto 🙂

  10. Paciente. Yo recuerdo… Es curioso cómo de selectiva es la memoria, pues muchos aspectos de lo que voy a contar los tengo muy vivos a pesar de la corta edad que tenía, y, sin embargo, otros que deberían ser mucho más importantes por su gravedad, apenas los tengo presentes.

    Decía que yo recuerdo los años en que me vi afectado por Fiebre reumática. Largos periodos de convalecencia entre los 5 y los 7 años en los que, dicen, pegué un buen estirón, y que me permitieron introducirme en el mundo de la ciencia y la tecnología a través de la lectura de no pocos relatos de ciencia ficción. Pero esa no es la historia que quiero contar.

    El tratamiento era bastante sencillo: continuos «chutes» de Benzetacil 1.200.000 unidades (sin duda, lo que más me impresionaba era esto último; ¡guau! ¡un millón doscientas mil unidades! No sabía bien de qué, pero sin duda eran muchas) cada semana, primero; cada mes, después, y cada tres meses al final, si mal no recuerdo. Para el que no lo sepa, el Benzetacil no es más que Penicilina administrada por vía intramuscular, que forma un «bolo» nada más ser inyectada con lo que, supongo, se va dosificando su efecto a lo largo de varios días. Precisamente, la rápida cristalización del producto provocaba, a veces, que la aguja de la jeringa se obstruyera antes de terminar, provocándome fuertes dolores y no pocos sudores al practicante.

    Sea como fuere, no tuve más remedio que acostumbrarme, hasta el punto de que, con lo pequeñito que era, al final ya bajaba yo sólo a la Clínica La Paloma (justo abajo de mi casa) a que me pusieran la inyección.

    Recuerdo como si fuera ayer cómo, las primeras veces, suplicaba a la enfermera de turno que, por favor, usara la aguja «de goma», esa que hacía menos daño, a lo que ella asentía con una sonrisa triste y un guiño de complicidad a su compañera.

    Hoy en día no tengo ninguna secuela, salvo estos recuerdos que, lo que son las cosas, me provocan cierta nostalgia.

  11. Yo recuerdo hace pocos meses, en mi segunda practica de estudiante de medicina en el hospital, una mujer bastante mayor (de unos 70 años) que habia sufrido un accidente de tráfico terrible que le habia costado la amputación de una pierna y una herida abdominal inmensa que tardó 4 meses en sanar y fuimos con nuestro medico de practicas a curarle las heridas.
    pues esa mujer es la paciente más animada y más optimista de todas las que he visto, bromeaba con el medico acerca de irse a bailar los dos cuando le dieran en alta y animaba al marido que tenia una cara tristisima a su lado, minimizando el problema.
    3 meses después coincidió que nos volvió a tocar ese medico y le pedimos ir a verla, las heridas estaban bastante mejor pero eran las fechas navideñas y la paciente estaba un poco triste, con la habitación forrada con fotos de sus nietos cuando se dirigió a mi (¿nunca os han hablado a vosotros en las practicas en vez de al médico? creo que les resultamos menos imponentes) y me dijo que estaba ya tristilla a lo que yo respondí que no podia ponerse triste, que en la facultad todos hablabamos del caso de la mujer que esta ingresada desde hace meses gravisima y es la mas alegre de todo el hospital. ella se rió y dijo que tenia razón y que tenia que ponerse bien para salir de juerga con el medico.
    esta fue una de mis primeras experiencias con una paciente y la verdad, es que me hizo ver el lado más humano al hospital

  12. lo siento shora, se me olvidó incluir profesional sanitario, aunque leyendolo se clarifica lo especifico ahora vale?

  13. Fuera de concurso, puesto que no entro en ninguna de las categorías.

    Mi tio, médico de 84 años aún en ejercicio (en su consulta privada, claro), me contó entre otras muchas una breve anécdota: en un precario hospital de un lejano y misérrimo territorio (entonces) del país tenía un paciente muy mayor aquejado de no se qué enfermedad, pero creo recordar que eran achaques de la edad. El caso es que el viejito era un hombre animoso y con mucho sentido del humor que cada vez que veía a mi tío le soltaba algún chiste o algún chascarrillo. Cierto día llegó mi tío y, como en otras ocasiones, se vió con el anciano que le contó la chorrada de turno a la cual correspondió mi tio con otra que al parecer le hizo mucha gracia y provocó sus carcajadas. Mi tío siguió su trayecto dejando atrás el sonido de la risa de aquel hombre y al poco recibe la llamada alarmada de una enfermera porque el pobre hombre ¡Murió de risa! (parada cardio respiratoria, pusieron en el certificado). Yo pensé que la historia era una tomadura de pelo peró me la confirmó un celador de la época (o también me tomó el pelo).

  14. Paciente.
    Yo recuerdo el día en que llegué a la consulta de mi médico de cabecera sin cita previa por una urgencia médica. Ya llevaba un mes enferma y los médicos de urgencias no acertaban con el diagnóstico. Todo lo que me recetaban me empeoraba, y pese a la insistencia que ponían mis padres en que me realizasen más pruebas o me mandaran a un especialista todo eran negativas «a la espera del resultado del tratamiento». Para más inri el análisis que me hicieron a las dos semanas de estar enferma dio un falso negativo del virus que me consumía.

    Cuando llegamos a la consulta de mi médico de cabecera a última hora de la tarde porque ya no sabíamos dónde acudir, yo estaba realmente mal: las amígdalas las tenía tan infladas que llevaba dos días sin probar bocado, sin dormir y sin beber nada: ¡si no podía ni tragar mi propia saliva! Al vernos llegar a los tres y atendiendo a mi mal aspecto, no dudó un segundo en atendernos enseguida. Le preguntó a mis padres por todos mis síntomas (yo no podía hablar) y me mandó el medicamento más fuerte posible para poder pasar la noche y un papel que me permitía entrar directamente a la consulta del otorrino sin demora a la mañana siguiente.
    Un gesto tan simple como entregar un papel y la humildad de admitir que era mejor que me viera un especialista a diagnosticarme él sin saber qué pasaba realmente, significó mucho para mí.

    Al día siguiente la otorrino tuvo que consultar con varios médicos sobre mi caso e ingresarme y hacerme pruebas sin demora. Dijo literalmente «si vienes un día más tarde no sé si estarías viva». Así que, para mí, en cierto modo mi médico de cabecera me salvó la vida. Ya desde antes de aquél momento y muchas veces a posteriori ha demostrado su gran profesionalidad y humanidad con sus pacientes, y le estoy y estaré eternamente agradecida por cómo me trata siempre. Especialmente por aquél momento.

    Ah, y el virus era el dichoso Epstein-Barr: mononucleosis al canto. ¡Pero menuda mononucleosis!

  15. Paciente
    Yo recuerdo, hace unos meses, cuando una de mis mejores amigas estuvo ingresada en la UCI. En realidad, la paciente era ella y yo era una visita, pero cuando llevaba unos minutos charlando con mi amiga, comencé a encontrarme mal. Me mareé y me caí redonda (me ha pasado algunas veces al ver heridas o agujas) y las enfermeras de la UCI vinieron rápidamente a atenderme. Simplemente me levantaron las piernas, pero como yo estaba muy nerviosa se quedaron hasta que me encontré bien, charlando conmigo y con mi amiga (la que estaba enferma de verdad), tranquilizándome. El simple hecho de que fuesen amables conmigo hizo que dejara de sentirme mal por haber montado un pequeño espectáculo en medio de la sala, por lo que a pesar de las tristes circunstancias de aquel momento lo recuerdo con cariño. Ahora me río al recordarlo, y mi amiga también, me alegra decir que está ya recuperada. 🙂

  16. Paciente. Yo recuerdo cuando me salio un quiste en el coxis, fui a mi doctora y me dijo que si se hacia grande, me dolia mucho o llegaba a tener fiebre acudiera a urgencias… el quiste siguio su curso, molestaba y supuraba pero al final me lo miro un medico y me dijo que me tenian que operar, el quiste por dentro era mas grande que un huevo, me hicieron un agujero enorme que ha tardado mas de cuatro meses en cerrarse, lo mejor ha sido la experiencia de las curas, me habran visto mas de diez enfermeras entre hospitales y Caps y todas me han tratado perfectamente

  17. PACIENTE.
    Yo recuerdo cuando mi hijo acudió a la consulta de ORL, para una revisión. Casualmente era viernes 13 y también casualmente mi hijo aquella noche empezó con dolor de oidos. Pasço una noche horrible con analgésicos que no le aliviaban nada. Acudimos a la cita y mientras que esperabamos en la sala de espera, una enfermera que vió como estaba mi hijo dió prioridad a mi hijo por el estado en el que se encontraba. Una vez dentro de la consulta el trato fue exquisito tanto por parte del ORL como de las enfermeras que en todo momento se comportaron como magníficos profesionales y además recibimos un trato humano, cariñoso, cordial y de seguridad en todo momento.

    Agradezco su labor y trato al equipo de la consulta de ORL del Hospital Materno Infantil de Málaga, y aunque no gane el premio, creo que debemos aprovechar para agradecer la magnífica labor que realizan la gran mayoría de los profesionales sanitarios y no difundir unicamente las negligencias o fallos para deslucir la labor de muchos profesionales.

  18. SANITARIO. Pedaleando por la Vida

    Yo recuerdo un día de verano en el que estaba montando en bicicleta con unos amigos y con una amiga que no había desayunado absolutamente nada desde el día anterior. De pronto, tuvimos que parar en un merendero porque ella, se bajó de la bicicleta y se derrumbó al suelo.

    Traté de intentar que permaneciera consciente en todo momento pero su consciencia oscilaba entre mis palabras de desconsuelo tratando de mantenerla despierta.
    Fue entonces cuando empezó a temblar y a ponerse más blanca cuando yo mismo me quedé en blanco, sin saber qué hacer, aunque sabía perfectamente que todo aquel papelón se debía al estado de hipoglucemia que estaba sufriendo por no haber tomado nada de glucosa en varias horas.

    Mis amigos no dejaban de dar vueltas y de agobiarla a preguntas y de hablarle a gritos, así que me la llevé, y la tumbé en un pequeño banco de madera. Empecé a hablar con ella, intentando que no se durmiera, mientras trataba de llamar a una ambulancia para que viniera a ayudarnos ya que, estábamos a unos cuantos kilómetros de la ciudad. Mis manos no paraban de temblar y ella cada vez estaba peor.

    Una vez que conseguí darle las indicaciones a la ambulancia, seguí controlando sus constantes y hablando con ella, ya que era lo único que se me ocurría que podía hacer.
    Estaba un poco obnubilada, pero sin saber cómo, me respondió cuando le pregunté por enésima vez como se encontraba, y ¡me preguntó a mí que cómo estaba yo! . Le dije que estaba preocupado por ella, y me dijo algo que me dejó marcado: -Yo estoy bien porque sé que estoy contigo- entonces, agarré su mano con fuerza y respiré hondo.
    Mi cabeza se aclaró y comenzó a funcionar correctamente.

    Comencé a buscar algo que darle de comer, la mantuve espabilada e hidratada y le indiqué a mis amigos como llevarla hasta el lugar de recogida, movilizándola entre todos para poder llegar hasta la ambulancia. Cuando esta llegó me monté con ella en la parte trasera para darle la información necesaria a la enfermera que venía.

    Una vez en el ambulatorio, estuve sentado a su lado dándole de beber agua con glucosa poco a poco hasta que se recuperó.
    Por último, cuando se bebió el último sorbo del vaso, me dijo que me acercara, que quería decirme algo, me senté a su lado y ella al mismo tiempo se incorporó en la camilla, me miró a los ojos y me dio las gracias por estar a su lado y, inesperadamente, me besó.

    Nunca esperé nada a cambio por poder ayudarla pero ese día, es uno de los motivos por los que merece la pena ser sanitario.

  19. Concurso. Paciente.
    Yo recuerdo al doctor que me atendió luego de que yo notara una pequeña masa en mi seno izquierdo. Solicité una cita con algún especialista en un centro privado dedicado a la salud sexual y reproductiva, y me tocó en suerte este doctor. Es un hombre enoooorme, como de 1.90 metros de estatura, pero con una actitud y una disposición tan grande para atender a sus pacientes, que de inmediato me generó confianza y me hizo sentir a gusto, a pesar de lo delicado de la situación, pues no es fácil para ninguna mujer enfrentarse a la posibilidad de que algo lamentablemente tan común como el cáncer de seno pueda estar desarrollándose en su propio cuerpo, menos aún si apenas tiene 33 años. Así que un día, aproximadamente un mes después de haber detectado esa masa extraña y dura, me armé de valentía y acudí al centro médico. El doctor, especializado en Oncología y Mastología, no sólo me recibió amablemente y me extendió su mano para presentarse, sino que me examinó los senos dirigiendo sus ojos siempre al techo del consultorio, lo cual me pareció una muestra más de respeto. A continuación, me ordenó una ecografía y una biopsia, sobre las cuales obtendría los resultados unos días después. Lo que más recuerdo de este doctor fue la forma tan sincera y alegre en que me informó de tales resultados, con una tremenda sonrisa en su enorme cara: «Dios te bendiga, hija, ese quiste es benigno!» Puf! Naturalmente, la feliz noticia fue un descanso para mi alma, fue como poderme quitar de encima todo ese peso que mi novio y yo habíamos llevado durante el tiempo que tuvimos que esperar por los resultados, ya que no había querido informarle ni a mis padres ni a mis hermanos de mis sospechas en cuanto al quiste. Pero fue la forma en que el doctor me lo dijo lo más reconfortante de todo, pues no se limitó (como otros) a señalar de manera escueta que el resultado para encontrar células cancerígenas había sido negativo, sino que lo dijo con auténtica alegría, una alegría por poder darle una buena noticia a una de sus pacientes, una paciente que bendijo su suerte en ese momento, no sólo por estar libre de cáncer, sino por haber dado con un profesional de la medicina al que no se le había olvidado que aquellas a quienes atiende a diario son personas, seres humanos, llenos de miedos y dudas. Que Dios lo bendiga a él! Y a todos l@s doctor@s y enfermer@s que día a día se esfuercen por tener en cuenta no sólo el cuerpo de sus pacientes, sino también su alma.

  20. Sanitario.

    Yo recuerdo una mañana que estaba agobiadísima, con la resaca de mi primera guardia dos días antes y me esperaba una larga lista de pacientes por ver en planta. Aún así procuraba mantenerme lo más tranquila posible y sin perder la sonrisa, entrar en la habitación de un paciente con cara de estreñimiento preocupa al paciente y a los familiares aunque no vaya con ellos. Además, un adjunto me había reprochado con algo de jocosidad que yo era muy lenta en mi trabajo, me paraba demasiado con pacientes y familiares y claro, así era lógico que terminara tarde mi jornada y que ya con la experiencia y los años aprendería a hacer las cosas de una manera más ligerita.

    Entré en la habitación del paciente, «buenos días Don Fulanito, por favor que salgan de la habitación todos excepto el acompañante», «mire usté, soy la mujé, ¿me puedo quedar?», «si es usté la mujé sí, si no no le dejo, jeje. Don Fulanito, cuénteme, qué tal se encuentra hoy, ¿cómo ha dormido? ¿Hay algo que le moleste? Blablá…». Explorarle, comentarle en plan BarrioSésamo el resultado de las pruebas y la exploración, explicarle lo que se va a hacer, dar ánimos y tranquilizar. De repente va la mujer, totalmente emocionada, me agarra un moflete de un pellizco y me suelta «¡Ayquebonitaeres! Mil gracias por informarnos, que pocos médicos se paran a contarnos las cosas».

    A mí se me fue todo el agobio de repente…

  21. Sanitario.

    Yo recuerdo con una viveza perfecta aquel instante. Fue una de las mayores lecciones que recibí en los largos años de carrera. Duro pocos segundos pero dejó la huella suficiente como para ayudarme a ser un poco más conciente.

    Una mañana de prácticas, estabamos varios compañeros esperando a entrar en la nueva resonancia magnética de un gran hospital, todos con las bocas abiertas ante tamaño avance. Mientras esperábamos reparé en la camilla con el siguiente paciente que esperaba su turno de exploración. Me acerqué y la ví la cara, era una persona joven con un trastorno congenito, malformaciones físicas y retraso mental severo. Me acerqué mas y la cojí la mano, no sé porqué, soy de naturaleza tímida. Quizá me llamó de una forma inaudible. Lo cierto es que establecimos comunicación, cruzamos nuestras miradas y empecé a llorar, me embargó una sensación difícil de definir, sentí compasión pero no era unidirecciónal, sentí mi compasión por ella junto a la de ella por mi, en un reconocimiento que me removió desde lo más profundo.

    Aprendí una lección de alguien que no podía hablar. Aprendí a reconocer y ser reconocido. Aprendí a valorar en su justa medida toda la dignidad de ser humano que tiene cada persona, más allá de su apariencia y capacidades.

    Aprendí humildad.

    Me gusta recordar esta lección, dado que tendo la tendencia a faltar la memoria de mis maestros.

  22. Sanitario

    Yo recuerdo mis practicas de oncología, aunque no recuerdo concretamente aquello que aprendí como estudiante, sino como persona. Cuando comencé mis prácticas, el oncologo al que acompañé se incorporó tras un tiempo de baja. Que los compañeros le preguntaran a cada paso como se encontraba era algo normal, pero lo que más me llamó la atención fueron los pacientes, todos preguntaban al oncologo como se encontraba antes de relatar su situacion. Enfermos de cancer en algunos casos en situación bastante extrema.
    Llegado un momento no pude evitar comentarle lo atento de sus pacientes, a lo que el oncologo me respondio «No son pacientes, todos y cada uno de ellos son en mayor o menos medida amigos mios. Cuando tienes a una persona con esta enfermedad, muchas veces lo unico que puedes hacer es ofrecer tu apoyo y cariño, y eso, irremediablemente te convierte en parte de su vida y en un amigo»

    Acabé la carrera hace unas semanas. Cuando te mueves por internet, conoces gente, y yo conocí a un chaval de mi pueblo, de 19 años, con el que empece a entablar una amistad por internet. Hace poco recibí un mail suyo donde me decía que debia confesarme algo que no habia tenido valor de decirme aun: tenia un cancer, y le habian dado 6 meses de vida. En aquel momento, no supe como reaccionar, a pesar de no conocerle de mucho, la injusticia de la enfermedad, y por otro lado, el hecho de contarmelo (luego supe que era la unica persona que lo sabia a parte de sus padres) me lleno de tristeza y de la necesidad de hacer algo. Como médico, no puedo hacer nada, y por eso recordé a este oncologo, y he decidido que a pesar del dolor que sé que su marcha me producira en un tiempo, le ofreceré mi amistad, mi apoyo y todo lo que necesite, porque aunque no pueda darle un tratamiento, en parte esto también es parte de como quiero ser como médico.

  23. Sanitario: Internista

    Yo recuerdo cómo tras estudiar la carrera de medicina aprendí a ver enfermedades y no enfermos, cómo después de hacer la residencia en un gran hospital universitario aprendí a hacer diagnósticos sin importarme su propietario, cómo cuando me dediqué siete años en una clínica del dolor y paliativos aprendí que los pacientes tenían nombre, que tenían miedo, que yo era abono para su esperanza cuando otros médicos se la habían quitado, que hasta la persona con el peor dolor puede reir un chiste. Después en geriatría aprendí que los pacientes tienen familias y la enfermedad de un miembro de la familia les afecta a todos. Y aprendí a ofrecer soluciones no médicas, confort , ilusión y esperanza. Aprendí que el destino de los pacientes es solo de ellos y que los médicos somos en ocasiones unos arrogantes, y todos , los pacientes y nosotros, ante la enfermedad tenemos miedo.
    Hoy me tengo por mucho menos de lo que me consideraba cuando acabé mi especialidad de internista en un gran hospital. Pero mis pacientes rien, me cojen la mano, me besan, me regalan detallitos y me miran agradecidos.
    He escrito un libro, en forma de misterio, donde hablo un poco de todo esto
    EL MISTERIO DEL HOMBRE ÁRBOL en LULU.COM RUBEN MARTINEZ-CASTEJON

  24. Pertenezco a una generación de sanitarios en la que se nos decía en la facultad que no había que confiar en el ojo clínico, que la medicina era una disciplina científica y que no había lugar para nada más. Durante mis estudios compaginaba las clases con un trabajo formal en un hospital como auxiliar de clínica y esa idea tan racional de la medicina me tuvo preocupado durante bastante tiempo. Yo recordaba con devoción la figura del pediatra que nos atendía en casa a mis hermanos y a mí. Siempre que alguno se ponía malo, este hombre, ya mayor, se pasaba por casa y sólo con su presencia la angustia desaparecía y todo ello a pesar de que de vez en cuando sacaba la terrible hipodérmica para vacunarnos. Después de vernos, se quedaba un rato charlando con mis padres de cualquier cosa y se iba con unos honorarios ridículos dejando incienso tras de él. Yo de niño decidí que quería ser como este hombre o al menos intentarlo.
    En los años en que dudé si era moralmente aceptable o no contemplar la medicina como una pura actividad intelectual, aquellos recuerdos de niñez y mi experiencia de cada día en el hospital me ayudaron a comprender que ser sanitario era mucho más que eso. Por eso, a pesar del esfuerzo de tantos años para acumular información y experiencia en lo que hago, el conocimiento sobre las personas y las enfermedades no se reduce a una suma algebráica, sino que va creciedo con el tiempo una noción difícil de transmitir con palabras, que es precísamente la que produce la íntima satisfacción de ejercer esta profesión. Nada tiene que ver con la llamada medicina basada en la evidencia pero es una forma de conocimiento también aunque de otra dimensión, conocimiento no científico. El círculo se está cerrando, porque eso es lo que los antíguos llamaban ojo clínico al que me refería al principio, ejercicio que se ha tornado un tanto arriesgado en los tiempos que corren de una práctica tan tecnificada que a veces justifica el no entender lo que queda fuera de la ecuación.
    Nunca alcanzaré a compararme con aquel hombre que llegaba a casa y nos curaba a todos, pero su recuerdo pervive en mí y me sirve de guía cada vez que un paciente confía en mí sin otra razón mas que porque soy médico.

  25. Muchas veces son nuestros pacientes quienes nos enseñan, al menos yo he aprendido de ellos más de una lección, sobre todo humildad…..
    Estas anécdotas son en clave de humor, pero me ocurrieron a mí, y nos sirven para entender que si hablamos en un lenguaje técnico o más de la cuenta podemos salir escaldados.
    La primera fué un domingo, un señor me decía que su mujer tenía que ir al culto, que se la llevaba aunque no tuviera el alta.
    La señora tenía una perfusión puesta, ya que tenía hemorragias de origen ginecológico.
    Como ví que persistía en su actitud, le dije: Pero señor, no vé usted que su señora puede perder la vía????.
    A lo que él contestó, ! Eso sí que no, señorita !, si mi mujer pierde la «vía», y se muere, que le den al culto.
    Entendió, que la vía, era la vida.

    La segunda fué por pesada.
    Estaba de parto una señora joven, y la acompañaba otra señora de unos cuarentaytantos.
    Como hablo mucho, le dije: Verá usted, no es que tenga nada en contra de que la acompañe su madre, de hecho, yo también tengo hijas.
    Pero es que se las quiere tanto que a veces para que no sufra, pedimos una cesárea.
    Y si usted quiere yo la voy informando de como siga su evolución, pero no cree que es mejor que se quede con ella su pareja???.
    A lo que ella me respondió.
    Su pareja soy yo, pero si usted ve que meto la pata me salgo.
    Por supuesto, la acompañó todo el parto, a pesar de que me hubiera gustado meter la cabeza debajo del suelo como una avestruz en aquel momento.
    Espero que esto os sirva para lo mismo que me sirvió a mí, para aprender una lección de humildad y respeto.

  26. Disculpad el despiste, cosas de la edad!!!!
    Lo que escribí antes era como matrona.
    Creo que se podía adivinar, pero fué un lapsus.

  27. Sanitario

    Yo recuerdo mis prácticas en Cirugía Plástica. El día que pasé consulta con la enfermera, en curas, entró un hombre de unos 60 años muy alterado. No paraba de gritar, y la enfermera se fue en busca del médico, dejándome a mí con el hombre y su mujer y sin saber muy bien donde meterme. Había algo extraño, no eran quejas normales por tardar en entrar a consulta…y cuando llegó el cirujano, se sentó a su lado y le explicó que aunque a él también le gustaría, su enfermedad era dura y el tratamiento largo e incierto, el hombre se derrumbó, hasta prácticamente llorar. Una fractura que tardó en curar, en la que debido a su diabetes desarrolló una osteomielitis le había hecho llevar 8 años (8!!) de su vida con muletas, entre injertos, prótesis y putadas, sin ver cerca el final de aquel calvario.
    Y sin embargo, lo único que necesitaba no era curarse, que también…era que alguien le entiendiese y le diera una muestra de cariño.

  28. Paciente
    Mi recuerdo es de hace 24 años, me ingresaron por colelitiasis, me tenian que operar, algo sencillo, se complico en el post operatorio, pancreatitis, me tuvieron que volver a operar por que al parecer, segun le dijeron a mi marido, habian quedado parte de las piedras y estaban presionando al pancreas (hablo de memoria), me vieron varios doctores y decenas de enfermeras, todos muy amables, yo sabia que algo no iba bien por que tanto movimiento y tanta gente no es normal, estuve tres dias en coma y a mi marido le dijeron que estaba «muy justa» y que solo podian esperar pero no tenian muchas esperanzas, finalmente remitio y jamas he vuelto a tener problemas.

  29. Paciente
    Yo recuerdo una revision de hace dos años en el ginecologo, tengo fibroadenomas en los pechos y me informaron que tambien tenia un elevado numero de quistes en ambos, al mirarme el ginecologo observo que en ambas axilas tambien tenia bastantes quistes, me vio otro en la cintura, dos en la espalda, tres en las piernas, me dijo que no era normal, que me tenian que hacer varias pruebas y descartar varias enfermedades, fue una falsa alarma pero segun me dijo el cirujano el ginecologo habia hecho bien en prevenir ya que podrian volverse malignos, a dia de hoy ya me han quitado los de los pechos y axilas y pronto me quitaran el resto.

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