Colaboración con Investigación y Ciencia.
El ácido acetilsalicílico, más conocido como «aspirina», ha sido uno de los medicamentos más exitosos de la historia de la medicina. La farmacéutica Bayer la comercializó en 1899 y se convirtió en el fármaco más consumido del siglo XX por mitigar el dolor, la fiebre y la inflamación. Más tarde, entre las décadas de 1960 y 1980 diversos ensayos clínicos detectaron que la aspirina también tenía efecto antiagregante plaquetario a dosis bajas. En otras palabras, el ácido acetilsalicílico inhibía la función de las plaquetas, evitando su agrupación y, por tanto, reducía el riesgo de formación de coágulos en los vasos sanguíneos.
Este descubrimiento llevó al establecimiento de una recomendación médica generalizada que estaría vigente durante décadas: el consumo diario de dosis bajas de aspirina para prevenir la aparición de enfermedades cardiovasculares (ECV) en adultos sanos a partir de cierta edad o para evitar el empeoramiento de estas dolencias en aquellas personas que ya las sufrían. Sin embargo, múltiples estudios observaron, años más tarde, que este medicamento, aún a dosis bajas, conlleva un incremento del riesgo de hemorragias, sobre todo de origen digestivo. Desde entonces, la aparición de más estudios con el tiempo ha ido revelando que el beneficio global del consumo crónico de aspirina no era tan amplio como se pensaba.
Ahora, una reciente revisión de la evidencia científica más actual, publicada en la revista JAMA, vuelve a limitar aún más las indicaciones de la aspirina como antiagregante. El Grupo de Trabajo de Servicios Preventivos de Estados Unidos (U.S. Preventive Services Task Force), un prestigioso grupo de científicos, voluntarios e independientes, ha realizado una evaluación cuidadosa de los beneficios y de los riesgos de la aspirina para prevenir ECV y las muertes derivadas de ellas. El panel de expertos analizó 13 ensayos clínicos recientes sobre este asunto.
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