El omnipresente efecto placebo

Colaboración con Mètode.

Píldoras

El efecto placebo, el conjunto de beneficios para la salud que se producen al administrar un tratamiento sin efecto terapéutico por sí mismo (placebo), continúa siendo hoy un fenómeno rodeado de enigmas. Todo ello a pesar de que es omnipresente en el ámbito sanitario, ya sea en los ensayos clínicos como en los tratamientos médicos. En este sentido, los placebos resultan esenciales en la investigación médica para poder distinguir, mediante comparación, si un determinado fármaco tiene un beneficio real para la salud o no. Nos ayudan, así, a evitar que se generen ilusiones engañosas en torno a su efectividad.

Aunque la cultura popular suela asociar la idea del placebo con una pastilla de azúcar, potencialmente casi cualquier cosa puede inducir un posible efecto placebo: lo importante es que despierte una expectativa de mejoría para la salud. Así, una simple tirita, una cirugía, una inyección de suero salino, un masaje, la propia relación entre sanitarios y pacientes e incluso el «mágico» conjuro «sana, sana, culito de rana…» que realizan los padres a sus magullados retoños pueden provocar efecto placebo. Es más, los tratamientos con eficacia demostrada para ciertos problemas de salud también pueden ir acompañados de algún beneficio adicional, gracias a este efecto.

El efecto placebo no tiene el poder de curar un cáncer o un infarto al corazón, pero es, sin duda, especialmente útil para aliviar diversos síntomas (que son subjetivos) como el dolor, la ansiedad, el malestar general o el cansancio. Mucho menos conocido por la sociedad es su polo opuesto, el efecto nocebo: la expectativa de que un determinado tratamiento nos provoque algún tipo de daño puede, de hecho, llegar a generar efectos negativos sobre la salud, aunque se trate de un placebo. Una especie de profecía autocumplida.

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