Colaboración con eldiario.es.
A finales del año 2021 se presentaba una prometedora nueva remesa de fármacos antivirales contra el coronavirus responsable de la pandemia de COVID-19: los medicamentos Lagevrio (molnupiravir), de Merck, y Paxlovid (nirmatrelvir y ritonavir), de Pfizer.
En ese momento ambas farmacéuticas publicaron notas de prensa en las que se recogían resultados clínicos tan positivos que hacían pensar que marcarían una etapa diferente de la pandemia. Una fase en la que estos tratamientos, junto con las vacunas, reducirían de forma aún más drástica el impacto de la COVID-19 sobre la población. Entre los numerosos mensajes optimistas de hace casi un año, la comisaria europea de Sanidad, Stella Kyriakides, dijo sobre Paxlovid que tenía el potencial de marcar una diferencia real para las personas con alto riesgo de progresión a COVID grave.
Según afirmaba Pfizer, Paxlovid era capaz de evitar el 89% de las hospitalizaciones y muertes de los pacientes COVID-19 con mayor riesgo de gravedad si este medicamento se administraba en los primeros cinco días de la infección. Por otro lado, Merck aseguraba que Lagevrio reducía en torno a un 50% el riesgo de hospitalización o muerte de los pacientes con dicha enfermedad. Además, estos fármacos contaban con dos grandes ventajas: podían tomarse por vía oral, lo que permitía su prescripción y administración fuera del hospital, y su síntesis a gran escala era sencilla, por lo que, en un principio, no habría importantes limitaciones para acceder a ellos.
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