Colaboración con eldiario.es.
La cuarentena masiva en la que estamos inmersos durante al menos 15 días ha trastocado radicalmente nuestras rutinas y nuestra vida social. Casi todos nuestros planes fuera de casa se han cancelado o pospuesto. Un mal menor si consideramos que lo hacemos por frenar la velocidad de contagios y ayudar a que el sistema sanitario no colapse frente al nuevo coronavirus y pueda atender a todos aquellos pacientes que lo necesiten.
Al confinamiento en casa durante semanas se une la incertidumbre sobre la evolución y la duración de la pandemia. ¿Cuánto tiempo durará, cuánta gente morirá, cómo va a afectar económicamente a los trabajadores y a las empresas? ¿Afectará a nuestros seres queridos y a nosotros? Aunque cada persona reacciona de forma diferente a estas circunstancias, los humanos (ermitaños aparte) son seres sociales que necesitan y buscan el contacto con otros seres humanos y, además, toleran mal incertidumbre. La cuarentena supone, así, una notable interferencia con la sociabilidad innata de las personas, enfrentadas, por otra parte, a un presente extraordinariamente anómalo y a un futuro incierto.
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