Colaboración con eldiario.es.
La depresión es uno de los mayores problemas de salud pública en el mundo. Se estima que este trastorno afecta a más de 300 millones de personas en el planeta y es una de las principales causas de discapacidad, según los datos de la Organización Mundial de Salud. Lejos de disminuir, esta dolencia ha ido al alza en casi todos los países en las últimas décadas, acompañado también de un ascenso constante y marcado del consumo de fármacos antidepresivos.
A pesar de las diversas opciones terapéuticas, un porcentaje importante de los pacientes con depresión no responde al tratamiento convencional. Sin embargo, en los últimos años, la investigación científica está abriendo la puerta a una esperanza poco convencional para estas personas. Unas moléculas estigmatizadas durante décadas, las drogas psicodélicas, están recibiendo cada vez más atención en el mundo de la psiquiatría como unas potenciales aliadas que podrían tratar la depresión a través de un mecanismo completamente diferente de los antidepresivos más al uso.
Las moléculas psicodélicas o alucinógenas, que tienen la capacidad para alterar la percepción de la realidad y los procesos cognitivos hasta el punto de generar experiencias alucinatorias, no siempre sufrieron el estigma que hoy les rodea, tanto a nivel social como médico. De hecho, estas moléculas tuvieron su época dorada en el campo de la psiquiatría durante gran parte de los años 50 y 60 del siglo pasado. En aquella época se realizaron centenares de estudios que indagaban en su potencial terapéutico para diferentes trastornos mentales como las adicciones, la ansiedad o la depresión. De hecho, más de 40.000 personas recibieron alucinógenos en ensayos clínicos como parte de un tratamiento experimental.
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