Colaboración con eldiario.es.
En la primera entrega de esta serie de artículos, nos centrábamos en la demonización que han realizado diversas organizaciones ecologistas de las radiaciones electromagnéticas no ionizantes de los teléfonos móviles y WIFI. La segunda parte se enfocaba en la crítica ecologista no basada en las evidencias científicas de los organismos transgénicos y organismos modificados genéticamente con CRISPR y otras herramientas.
En esta última entrega nos dedicamos a un elemento químico tan cotidiano y ampliamente usado en el mundo como es el cloro. La cloración del agua para la potabilización de las aguas ha sido uno de los mayores logros sanitarios de la humanidad. Gracias a este agente químico que se empezó a implantar en el agua para consumo humano en 1883 en Hamburgo, las epidemias de enfermedades infecciosas, entre ellas el cólera, disminuyeron drásticamente. Millones de muertes se han evitado gracias a la gran utilidad del cloro como desinfectante del agua y su valor para la salud pública está fuera de toda duda. La cloración del agua potable está hoy tan extendida y aceptada que podría sorprendernos que hace tan solo 30 años diferentes colectivos pusieron en cuestión su uso, hasta el punto de que en diferentes partes del punto se planteó el cese de la cloración del agua.
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