Colaboración con Mètode.
El pasado 23 de julio, l’Organización Mundial de la Salud declaró la viruela del mono como una emergencia sanitaria internacional. En la actualidad, hay más de 57.000 casos confirmados en el mundo. La extensión de esta enfermedad infecciosa por el planeta ha vuelto a poner en cuestión, tras la devastadora pandemia de covid-19, la forma en la que la humanidad se enfrenta a los agentes patógenos emergentes.
Numerosos especialistas en Salud Pública y en Enfermedades Infecciosas han señalado en reiteradas ocasiones el error de centrarse en reaccionar ante la irrupción de nuevos virus y bacterias, en lugar de anticiparse a ellos. En ese sentido, la célebre frase de la periodista científica Robin Marantz Henig en su libro A dancing matrix: How science confronts emerging viruses (Vintage Books, 1994) («Una matriz danzante: Cómo la ciencia se enfrenta a los virus emergentes») resulta profética: «Pregunta a un virólogo qué determina que una epidemia merezca la pena investigarse y te responderá con un cinismo característico, «La muerte de una persona blanca»».
La viruela de mono no es precisamente una enfermedad infecciosa nueva. Se identificó en una aldea del Congo en 1970. Sin embargo, esta infección ha recibido una atención científica y sanitaria mínima durante décadas mientras su presencia se limitaba al continente africano. Siempre existió la posibilidad de que alguna vez el virus saltara a otro continente, hasta que hace unos meses esa posibilidad se convirtió en una realidad y volvimos a no estar preparados.
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