Colaboración con Hipertextual.
Numerosos investigadores reciben dinero de empresas farmacéuticas cuyos productos ellos mismos evalúan. Se trata de una práctica legal, pero incrementa el riesgo de comportamientos poco éticos, alejados de una ciencia honesta. Sobre este asunto, la doctora Marcia Angell describía en The New York Times una situación con la que se encontró siendo editora de la revista médica The New England Journal of Medicine. Angell observó que un artículo científico, en proceso de revisión, no mencionaba los efectos adversos de un potente y nuevo fármaco. La médica decidió preguntar al autor del estudio por qué no aparecían. Sin pudor alguno, el autor reconoció que el patrocinador del estudio no lo permitía. Al final, este estudio no se publicó en dicha revista, pero sí en otra.
La anécdota de la doctora Angell no es un suceso aislado. Existe investigación en abundancia que muestra cómo los conflictos de intereses (CI) económicos desvirtúan las investigaciones médicas, especialmente cuando los patrocinadores son farmacéuticas y empresas de dispositivos médicos. Los estudios clínicos que reciben financiación de la industria tienen resultados favorables con mucha más probabilidad que los estudios independientes, incluso cuando se tiene en cuenta la calidad de los estudios. En ocasiones, esto ocurre porque las empresas no tienen interés en publicar artículos negativos para sus productos. Un ejemplo ilustrativo de ello es la revisión de 74 ensayos clínicos sobre antidepresivos: 37 de los 38 estudios positivos fueron publicados, mientras que 33 de los 36 estudios negativos no se publicaron o se publicaron de forma que transmitieran un resultado positivo. En otros casos, el diseño de los ensayos clínicos se adaptaba para tener más probabilidades de tener un resultado favorable.
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