Colaboración con CONEC:
La gran aventura de ampliar nuestros viajes en el espacio exterior, llegar a otros planetas y vivir durante largo tiempo ahí afuera son, sin lugar a dudas, desafíos repletos de barreras a superar. En un principio, las principales limitaciones que nos vienen a la cabeza suelen ser las asociadas a los cohetes espaciales y su relativa baja velocidad con respecto a las grandes distancias que hay que recorrer. Sin embargo, existen otros muchos inconvenientes que no son tan evidentes a simple vista. Entre ellos: el hecho de que vivir en el espacio afecta de forma permanente o temporal al funcionamiento del ser humano.
Aunque hace ya casi 60 años desde que el primer humano, Yuri Gagarin, saliera al espacio y algunos astronautas hayan llegado a vivir entre 1 y 2 años en la Estación Espacial Internacional, lo cierto es que todavía no conocemos muchas cosas sobre qué es lo que pasa en el cuerpo humano viviendo allí arriba. Por un lado, es complicado examinar la gran variedad de procesos y elementos presentes en el cuerpo humano en una muestra tan reducida de personas como son los astronautas. Por otro lado, muchos cambios son sutiles. O bien no son observables a simple vista o no aparecen hasta que la estancia en el espacio sea considerablemente larga para apreciarlos.
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