Colaboración con Investigación y Ciencia.
El consumo de cigarrillos electrónicos ha experimentado un marcado ascenso en la última década en las sociedades occidentales, especialmente entre los adolescentes. Según datos del Ministerio de Sanidad, en tan solo dos años (desde 2016 hasta 2018) el uso de estos dispositivos se ha incrementado en más del doble en los estudiantes de 14 a 18 años en España. La última encuesta ESTUDES (2018-2019) muestra que casi la mitad de los jóvenes con esta edad (48,4 por ciento) ha usado en alguna ocasión cigarrillos electrónicos. En la actualidad, existe una importante controversia científica sobre su utilidad para abandonar el consumo de tabaco.
Estos dispositivos cuentan con un pequeño depósito que contiene un líquido con diversos compuestos químicos, tales como la glicerina, el acetaldehído, el propilenglicol o saborizantes. La nicotina puede o no estar presente dependiendo del producto. Al encender el cigarrillo electrónico mediante una batería, se pone en marcha un atomizador que libera aerosoles a partir del líquido.
Debido a que no se produce la combustión del tabaco, como en los cigarrillos convencionales, se liberan menos sustancias tóxicas, como el alquitrán, el monóxido de carbono y múltiples compuestos cancerígenos. Este hecho ha llevado a pensar que los cigarrillos electrónicos son menos perjudiciales para la salud. Sin embargo, lo cierto es que, debido a la escasez de estudios científicos, existe un gran desconocimiento sobre el daño que ocasionan estos productos en el cuerpo humano, especialmente sobre sus efectos a largo plazo. La gran diversidad de compuestos químicos que pueden contener los líquidos para vapear dificulta la investigación en este campo.
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