Ideas principales:
- Nuestra memoria no es como una fotografía sino más similar a un lienzo en desarrollo.
- No existe una única memoria, sino varias memorias diferentes según su duración y tipo de recuerdo.
- Volver a recordar es como hacer una fotocopia sobre otra fotocopia anterior: se producen pequeñas variaciones.
- Se pueden distorsionar los recuerdos e incluso insertar falsos recuerdos a una persona mediante diversas técnicas.
Diseccionando la anatomía de la memoria
Tenemos dos riñones, un hígado, un corazón, dos piernas, un páncreas… pero no tenemos un cerebro, somos nuestro cerebro. Sin él, además, no sólo no seríamos como somos sino que ni siquiera estaríamos vivos. No es casualidad que sea la muerte cerebral o encefálica la que certifique definitivamente la defunción de su persona. Con el cese irreversible y permanente de la actividad de este preciado órgano se marca con fuego el fin de una vida.
A pesar de la vital importancia del encéfalo (que incluye al cerebro como el protagonista principal y a elementos como el cerebelo y el bulbo raquídeo, entre otros), se desconoce en buena parte cómo funciona esta majestuosa red de neuronas interconectadas. Por esa razón, circula de vez en cuando una broma entre investigadores que dicen que los últimos científicos que se quedarán sin trabajo cuando se conozcan todos los entresijos de su materia de estudio serán los neurocientíficos. Los enigmas a los que se enfrentan estos investigadores son apabullantes y las evidencias sugieren que sólo se ha visto la punta del iceberg de lo que queda por descubrir.
Entre las funciones más importantes del encéfalo destaca la memoria. El célebre escritor Jorge Luis Borges hablaba así de ella: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. A pesar de su vital importancia, la memoria sigue siendo, en su mayoría, un misterio. Pese a lo cotidiano que resulta para nosotros grabar y rememorar recuerdos, muchos de los procesos implicados se desconocen por el momento. Apenas sabemos, por ejemplo, qué ocurre entre las redes neuronales cuando una persona recuerda con emoción el día en que nació su hijo, conoció a su pareja o vio aterrorizado estrellarse los aviones en las Torres Gemelas aquel fatídico 11 de septiembre.
La principal razón por la que es tan complicado conocer a fondo la memoria es su extrema complejidad. Cuanto más se sabe sobre ella, más difícil resulta desarrollar un modelo que “esquematice” su funcionamiento adecuadamente. Y no sólo eso, cuanto más se profundiza en el estudio de la memoria, más áreas encefálicas se descubren que participan directa o indirectamente en esta compleja función cerebral.
La primera gran revolución en el conocimiento de la memoria tuvo lugar en el año 1953 de forma totalmente inesperada y accidental. Henry Molaison era un joven estadounidense que padecía una grave e intratable epilepsia desde la infancia. Sufría ataques frecuentes que le acarrearon accidentes y una gran afectación de su calidad vida. Los neurocirujanos decidieron que la mejor opción era operarle quirúrgicamente y extirpar aquella área cerebral con una actividad eléctrica fuera de lo normal que desencadenaba los ataques.
El 1 de septiembre de 1953, Henry Molaison pudo superar su epilepsia gracias a la operación pero, al mismo tiempo, quedó incapacitado para grabar y recuperar nuevos recuerdos (amnesia anterógrada). A sus ojos, su vida se había convertido en un eterno presente, incapaz de retener los recuerdos de todo aquello que le pasara en su vida tras la cirugía. Sólo podía recordar, sin ni siquiera ser consciente de ello ni saber que lo hubiera aprendido, la realización de actividades que implicaran tareas coordinadas o automáticas (ir en bicicleta o conducir un coche son ejemplos de actividades en las que participa la memoria implícita, que es inconsciente).
La causa tras este atroz fenómeno fue la extirpación de gran parte del hipocampo y la amígdala junto con el área cerebral implicada en los ataques epilépticos. Antes de que aquella operación tuviera lugar, los científicos creían que la memoria era un proceso encefálico que se daba de forma global, sin que existieran áreas concretas implicadas en su funcionamiento. Con el estudio del caso de Henry Molaison, sin embargo, descubrieron cuán equivocados estaban.
En la actualidad, sabemos que existen múltiples áreas encefálicas, grupos de neuronas y sistemas que juegan un papel crucial en la memoria. Y así, cuando alguno de estos elementos se daña, puede provocar amnesias, impedir o dificultar ciertos tipos de recuerdos o bloquear alguna de las diferentes fases que se dan en la memoria. A continuación, describiremos aquellas áreas más importantes, sin dejar de tener en cuenta que también intervienen, en coordinación y simultáneamente, otras muchas áreas.
El área cerebral más importante que interviene en la memoria es el hipocampo (su nombre se debe a su peculiar forma, similar a un caballito de mar). Este elemento del cerebro es el “administrador” de la memoria y el que está implicado en el mantenimiento a largo plazo de los recuerdos y también en la memoria espacial (imprescindible para la orientación). No es en sí mismo el “almacén” de los recuerdos sino que interviene para que éstos se queden guardados en otras áreas cerebrales. En las personas afectadas por la enfermedad de Alzheimer, el hipocampo es una de las áreas cerebrales que antes se dañan y, por eso, estas personas tienen problemas de orientación (terminan sin saber, por ejemplo, cómo volver a casa) y de grabación de nuevos recuerdos.
Otra de las principales áreas implicadas en la memoria es la amígdala. La amígdala forma parte de lo que podríamos llamar el cerebro primitivo, el más instintivo y primario. Es el lugar donde se procesan las emociones. Cuando estamos ante un peligro inminente, la amígdala interviene en esa sensación de miedo que sentimos. Su finalidad es muy clara: permitir la supervivencia del individuo al reaccionar con rapidez frente a los peligros. En relación con este papel, también participa activamente en que determinados recuerdos se consoliden y se mantengan a largo plazo y en la memoria de habilidades y destrezas (memoria implícita, como sería tocar un instrumento musical). Por otra parte, el cerebelo y el cuerpo estriado también participan activamente en este tipo de memoria.
Por último, la corteza prefrontal, que es el lugar donde ocurren nuestros procesos cognitivos más complejos como la toma de decisiones, la focalización de la atención o la creación de planes, también interviene, en coordinación con otros elementos cerebrales, en la memoria a corto y largo plazo y en los recuerdos conscientes y voluntarios (memoria explícita), como recordar la boda del año pasado o la película de hace 10 días. A su vez, otras áreas de la corteza cerebral, como la corteza visual, la auditiva, la olfatoria, la motora y la somatosensorial, también trabajan junto a la corteza prefrontal en rememorar los recuerdos mencionados anteriormente, desde su perspectiva. Así, por ejemplo, cuando recordamos visualmente cómo era el vestido de la novia, la corteza visual participa en el proceso y cuando tratamos de recordar la canción que cantaba el coro durante la ceremonia, se activa la corteza auditiva.
Diseccionando el funcionamiento de la memoria
La memoria es un proceso que consta principalmente de tres etapas. La primera es la codificación de aquello que percibimos. Es decir, la transformación de un estímulo o un pensamiento a un cambio bioquímico y eléctrico a nivel neuronal. Este fenómeno permitirá guardar los recuerdos en la fase de almacenamiento, durante segundos, minutos o incluso toda la vida.
La permanencia del recuerdo dependerá de la magnitud de los cambios que se den entre las conexiones (sinapsis) de las neuronas de las áreas responsables de la memoria. Un cambio transitorio, como una potenciación o un debilitamiento temporal de ciertas sinapsis, llevará a recuerdos también temporales. Mientras tanto, cambios de gran magnitud como el establecimiento de nuevas conexiones sinápticas pueden llevar a recuerdos más duraderos.
En esencia, la memoria consiste en una constante transformación de las redes neuronales en las áreas participantes, en cambiar las conexiones aquí y allá consiguiendo o potenciando nuevos recuerdos mientras se olvidan o modifican otros. En la última fase, la de recuperación, es cuando se produce la extracción de esa información guardada entre las conexiones neuronales. Es lo que comúnmente llamamos “recordar”.
Al contrario de lo que mucha gente podría creer, no existe una única memoria, sino que existen varias memorias diferentes según su duración y tipo de recuerdo. A su vez, para estos diversos tipos de memoria, participan también diferentes componentes encefálicos. Esta es la razón por la que, por ejemplo, las personas en las etapas menos avanzadas de la enfermedad de Alzheimer no tienen problemas en acceder a sus recuerdos más antiguos o montar en bicicleta mientras que pueden no recordar ni lo que hicieron hace 5 horas. Si sólo existiera un único tipo de memoria, con las mismas áreas y sistemas encefálicos implicados, la afectación de ésta (por una enfermedad neurodegenerativa, un traumatismo, etc.), significaría una devastación total, con una gran incapacidad para rememorar tanto recuerdos antiguos como nuevos, e incluso también para hacer cosas tan mundanas como vestirse o atarse los cordones de los zapatos. Por suerte, esto no es así y disponemos de tres tipos de memorias en cuanto a duración y multitud de tipos y subtipos de memorias que cumplen propósitos muy concretos.
Nuestro tipo de memoria más fugaz es la memoria sensorial, que dura menos de 2 segundos y proviene de los distintos sentidos. Por ejemplo, cuando miramos durante unos instantes a un cuadro, la información visual que retenemos sólo durante esos irrisorios instantes es lo que llamamos memoria sensorial. Aquellos detalles que se hayan percibido como más importantes por la persona o que más le hayan llamado la atención pasarán a la memoria a corto plazo, el resto de recuerdos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Puede parecer complemente inútil, incluso un chiste, que una memoria dure tan poco, pero es muy útil para “alargar” durante breves instantes nuestra percepción y así poder realizar trabajos con ella. De esta forma, siguiendo el ejemplo anterior, cuando alguien pinta un cuadro de algo que está viendo, mientras da las pinceladas está haciendo uso de su memoria sensorial visual entre vistazo y vistazo.
La siguiente memoria en duración es la memoria a corto plazo. Se mantiene unos segundos o minutos, y su capacidad para retener recuerdos es mínima, alrededor de 7 ítems (aunque unas personas retienen más y otras menos). La prueba médica más utilizada para valorar este tipo de memoria es mencionar palabras sueltas a una persona, seguir la conversación, y, a los pocos minutos, preguntarle a la persona qué palabras se han dicho. Un ejemplo muy famoso es: “Bicicleta, cuchara, manzana”, que se utilizó para dar título al reconocido documental de Pascual Maragall sobre el Alzheimer.
La memoria a corto plazo resulta muy útil para realizar cualquier actividad o trabajo, en algunos sentidos es como la memoria RAM de los ordenadores. Nos permite disponer de información “fresca” ya procesada y analizada para realizar una determinada tarea: apuntar un número de teléfono que acabamos de oír, responder a una pregunta que nos acaban de hacer o cualquier otra actividad que suponga una interacción con información recibida hace apenas unos segundos o minutos. Sin embargo, toda aquella memoria a corto plazo que, por su importancia, por sus circunstancias o por la repetición de la información, provoca un cambio más permanente entre las conexiones cerebrales, pasará a formar parte de la memoria a largo plazo.
La memoria a largo plazo es la memoria por antonomasia y puede durar meses, años o incluso toda la vida. Es la primera en la que todo el mundo piensa cuando se refiere a recuerdos porque es la que, en cierta medida, define nuestra personalidad, nuestras acciones e influye también a la hora de contemplar y comprender el mundo. La memoria a largo plazo es el enlace de nuestro pasado con nuestro presente y la lente con la que anticipamos el futuro. A diferencia de la memoria sensorial y la memoria a corto plazo, la memoria a largo plazo es vasta e infinita (teóricamente). Todos los recuerdos que tenemos, desde los conceptos más básicos como “silla” o “perro”, pasando por nuestras experiencias personales, hasta llegar a informaciones más complejas como pilotar un avión o hacer un trasplante de corazón forman parte de la memoria a largo plazo.
Dentro de la memoria a largo plazo se distinguen dos grandes grupos de memorias: la memoria explícita o declarativa y la memoria implícita o procedimental. La memoria explícita es aquella que se da de forma consciente y se refiere a hechos, acontecimientos, sucesos, conceptos… Como ejemplos de memoria consciente serían el recuerdo de un cumpleaños, saber que la capital de Rusia es Moscú, en qué consiste un electrocardiograma o qué ocurrió en la Revolución Francesa.
La memoria implícita se da de forma inconsciente y automática y, por esa razón, también es la más desconocida para la gente. Se asocia a hábitos, destrezas, aprendizaje asociativo, respuestas emocionales… Ejemplos de esta memoria serían montar en bici, atarse los cordones de los zapatos, tocar un instrumento musical, sobresaltarse por una serpiente o teclear en el ordenador.
Las trampas y sorpresas de la memoria
Hasta ahora hemos hablado principalmente sobre el funcionamiento estándar de la memoria. Sin embargo, los recuerdos están rodeados de trampas que nos hacen dudar de su fiabilidad y, al mismo tiempo, de sorpresas que nos causan asombro por su grado de detalle. A continuación, veremos estas extrañas peculiaridades, la cara y la cruz de nuestra enigmática memoria.
Hoy en día muchas personas siguen pensando que nuestros recuerdos quedan almacenados en nuestro cerebro como una fotografía o los datos de un ordenador: exactos, tal cual se registraron en su momento. Nada más lejos de la realidad. Nuestra memoria no es como una fotografía sino más similar a un lienzo en una eterna fase de boceto al que nunca se le deja de dar pinceladas. Y, así, por suerte y por desgracia, nuestros recuerdos tienden a distorsionarse con el tiempo. Albert Einstein probablemente lo sabía y dio un consejo muy sabio sobre este aspecto: “No guarde nunca en la cabeza aquello que le quepa en un bolsillo”.
Entre los mecanismos que participan en la modificación de nuestros recuerdos probablemente el más famoso fue el que se manifestó años después de los ataques a las Torres Gemelas el fatídico 11 de septiembre de 2001. La brutalidad de las secuencias de vídeo de los aviones impactando con los edificios y las sobrecogedoras imágenes de personas tirándose al vacío provocaron un impacto emocional innegable a muchos espectadores, lo que provocó que esos recuerdos quedaran registrados con fuerza en una enorme cantidad de personas. Aún hoy, mucha gente manifiesta recordar exactamente qué estaba haciendo precisamente en los instantes en que tuvieron lugar estos actos de terrorismo (yo misma lo recuerdo con detalle).
Como comentamos anteriormente, la amígdala se encarga de procesar las emociones pero, al mismo tiempo, también participa en la consolidación de los recuerdos junto con el hipocampo. De esta forma, está demostrado que cuanto mayor impacto emocional tenga un recuerdo, más probable es que éste se asiente en la memoria a largo plazo. Este fenómeno ocurre tanto para emociones de alegría y sorpresa, como también para las de miedo y sufrimiento y es la razón por la que recordamos tan vívidamente y con tanta claridad los días más felices y más tristes de nuestra vida. Estos recuerdos se asocian precisamente a emociones que garantizan que se graben con fuerza en nuestra memoria, pudiendo durar toda la vida. Estas memorias extremadamente nítidas reciben el nombre de memorias destello o flashbulb.
Desde un punto de vista evolutivo, estas memorias son muy importantes para la supervivencia del individuo ya que, al exponerse por primera vez a un gran peligro que supone una elevada carga emocional, registrará con claridad las vivencias de ese suceso y, así, en el futuro, tratará de evitar que esa situación vuelva a ocurrir o, en el caso de que suceda, estará más preparado para actuar al contar con los vívidos recuerdos de la ocasión anterior.
Sin embargo, estas memorias son también un arma de doble filo. Las memorias destello pueden ser tan abrumadoramente cristalinas y vivas que pueden suponer una grave afectación para la persona, convirtiendo su vida en un calvario por recordar con tantos detalles una situación especialmente traumática (una guerra, una violación, la visión del asesinato de un ser querido…). Esto es lo que ocurre en el trastorno por estrés postraumático, probablemente uno de los mejores ejemplos de que recordar con excesivo detalle puede ser, en ocasiones, tan dañino como algunos tipos de amnesias.
¿Y qué tienen que ver estas memorias tan sólidas con la distorsión de los recuerdos? Pues, paradójicamente, mucho. En nuestra vida diaria, solemos recordar pasajes de nuestra vida con frecuencia, pero aquellos recuerdos que recuperamos en más ocasiones suelen ser los que son más importantes y emocionales para nosotros. Y parece que esta acción tiene su precio. Recientes investigaciones científicas han evidenciado que la recuperación de recuerdos puede provocar la reconstrucción de esas memorias, en lugar de simplemente visualizarlas, lo que lleva a errores de memoria, distorsiones e ilusiones. Dicho de otra forma, volver a recordar ciertas memorias no es como ver una película en la televisión, donde es imposible modificarla, es más como hacer una fotocopia sobre otra fotocopia anterior. Aunque prácticamente exactas, cada nueva fotocopia produce pequeñas variaciones con respecto a las anteriores. A este fenómeno se le ha llamado “reconsolidación de la memoria” y es un aspecto especialmente controvertido para los neurocientíficos porque rompe con la idea establecida durante décadas de que recuperar recuerdos no puede producir modificaciones sobre ellos. Aun así, son cada vez más los estudios (tanto en humanos como en animales) que refuerzan la idea de la reconsolidación y sus mecanismos biológicos implicados.
La distorsión de la memoria en recuerdos con una importante carga emocional se manifestó de forma sorprendente en un estudio científico: 560 estudiantes universitarios afirmaron haber visto en directo el fatídico 11 de septiembre cómo el primer avión chocaba contra la torre norte del World Trade Center. Sin embargo, existía un pequeño detalle: eso era imposible. Las primeras imágenes de ese ataque inicial aparecieron al día siguiente y no el día 11. A pesar de ello, el 73% de las personas participantes de este estudio compartían esta ilusión, este falso recuerdo.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué aquellos recuerdos en los que más convencidos estamos de su fiabilidad pueden sufrir distorsiones? Los científicos plantean varias explicaciones sobre esta curiosa trampa de la memoria. Una de las razones podría ser la tendencia que tiene nuestra memoria de rellenar los huecos de los recuerdos. En lugar de simplemente pensar que hay detalles que no recordamos, se reconstruye inconscientemente la memoria rellenando esos huecos con recuerdos más actuales. En el caso de los jóvenes estudiantes y sus recuerdos sobre el 11 de septiembre, probablemente actualizaron sus recuerdos con hechos que sucedieron más tarde.
Otra explicación a este fenómeno es el carácter potencialmente manipulable de la memoria humana. Así, por ejemplo, se ha descubierto en ciertos estudios, que determinados individuos pueden llegar a internalizar las memorias expresadas con detalle por otras personas, llegando al punto de pensar que les son propias, al olvidar con el tiempo de dónde venían esos recuerdos. Además de esto, también se ha comprobado que se pueden distorsionar los recuerdos e incluso insertar falsos recuerdos a una persona mediante diversas técnicas. No es nada excepcional, los científicos cognitivos recurren a menudo a distintos métodos para inducir falsos recuerdos y consiguen distorsionar la memoria de sus participantes con bastante éxito. Cualquiera de ustedes, con unas pautas determinadas, también podría conseguirlo y es que la memoria puede ser especialmente sugestionable en ocasiones.
Distorsionar la memoria de una persona puede ser tan simple y sutil como utilizar una palabra determinada en una pregunta. En un estudio de psicología cognitiva, los participantes contemplaban un vídeo de un accidente de coches y después se les preguntaba qué habían visto, pero de dos maneras ligeramente diferentes según el grupo. A un grupo se le preguntaba “Cómo de rápido iban los coches cuando se chocaron el uno con el otro” y al otro “Cómo de rápido iban los coches cuando se estrellaron el uno con el otro”. Una semana después, se les volvió a preguntar a los participantes varias cuestiones sobre el vídeo, una de esas preguntas era si había cristales rotos en la escena del accidente. ¿Saben qué ocurrió? Que en el grupo que había escuchado la palabra “estrellaron” existía el doble de probabilidades de afirmar que recordaban haber visto cristales rotos, comparado con aquellos que escucharon la pregunta “chocaron”. ¿Lo más gracioso del asunto? Que no hubo cristales rotos en ningún momento del vídeo.
Pero la distorsión de recuerdos puede ir mucho más allá. En el año 1999, investigadores de la Universidad de British Columbia consiguieron que el 26% de los participantes de un estudio recordasen memorias completas sobre un ataque de un feroz animal que ocurrió durante su niñez. ¿Lo sorprendente? Que esos recuerdos eran completamente falsos, ninguna de esas personas había pasado por ese incidente y fueron los científicos los que indujeron esos recuerdos.
Estudios como los anteriores abundan en la literatura científica y se han llegado a inducir falsos recuerdos de lo más variopinto: estar hospitalizado durante la noche, tener un extraño accidente en una boda familiar, estar al borde del ahogamiento y ser rescatado por un socorrista… Todos ellos recuerdos falsos que consiguieron abrirse un hueco en la memoria a largo plazo de determinadas personas.
Sin duda, no podemos permitirnos recelar constantemente de nuestra memoria a largo plazo, pero experiencias como las anteriores invitan a ser cautelosos la próxima vez que afirmemos con plena convicción los detalles de nuestras memorias más especiales. De hecho, según afirman algunos científicos, las memorias destello destacan más por la confianza con la que se recuerdan que por su consistencia.
Hasta ahora hemos hablado de los recuerdos más detallados y de las falsas memorias pero, ¿qué ocurre cuando pasa justo lo contrario y no logramos recordar algo que deberíamos saber?
Dado que la memoria consta de diferentes etapas (como explicábamos al principio), un olvido de cierto recuerdo puede ocurrir en algún momento de esas etapas. Normalmente, la primera causa de un “falso” olvido sobre un detalle o hecho en particular es, en realidad, una percepción insuficiente. Decimos que es un “falso” olvido porque, en realidad, dicho recuerdo no llegó a registrarse en la memoria porque ni siquiera se percibió antes. Esto es muy típico cuando se realiza alguna acción o se comenta algo mientras la persona se encuentra absorta y concentrada pensando en otra cosa. Este curioso fenómeno ocurre, por ejemplo, en la conducción subconsciente que la mayoría de conductores ha experimentado alguna vez: una vez que se llega al destino o a una parada, la persona, contrariada, se encuentra con que no recuerda cómo ha llegado hasta allí.
Otra explicación para el olvido de cierta información es que, efectivamente, el recuerdo sí que llegó a registrarse en nuestra memoria, pero no se mantuvo en la memoria a largo plazo. Esta suele ser la causa más frecuente de los olvidos y se debe a multitud de factores. Por ejemplo, si cierto detalle no lo consideramos importante, no nos llamó la atención ni nos causó ningún sentimiento en su momento, es bastante probable que no perdure en la memoria. Por esa razón, esa gran frase de “sólo se acuerda de lo que le interesa” tiene gran parte de verdad. Aquello que, obviamente, no le interesa a una persona es más probable que se le olvide. Por otro lado, muchos recuerdos tienen “fecha de caducidad” y es normal ir olvidando cierta información con el paso del tiempo, especialmente si esos conocimientos no se repasan ni se vuelven a ver con el tiempo.
Otra posibilidad sobre la razón de un olvido consiste en que, efectivamente, el recuerdo lo tengamos bien registrado en nuestra memoria, pero seamos incapaces de evocarlo. Esto suele ser bastante frustrante, especialmente en situaciones de estrés como exámenes y concursos de cultura ya que se ha demostrado que las hormonas del estrés, como el cortisol, dificultan la recuperación de recuerdos (y también su registro). Y es también la razón por la que, pasado el estresante acontecimiento, la persona vuelva a evocar recuerdos que en aquel fatídico momento no lograba sacar a la luz.
La sensación de tener un recuerdo en la punta de la lengua también es un fenómeno asociado a una dificultad para evocar un recuerdo y ocurre con más frecuencia conforme se van cumpliendo años. Suele ocurrir porque se dispone de la información de ese recuerdo pero falla la evocación de las palabras exactas o faltan algunas claves para acceder al dato en cuestión. Este inoportuno y anecdótico obstáculo de nuestra memoria puede llegar a ser muy serio en un trastorno llamado “afasia anómica”: las personas que la padecen se encuentran constantemente con esa sensación de tener algo en la punta de la lengua y tienen que ir utilizando con frecuencia sinónimos o cambios en las frases para poder expresarse.
Por mal que nos pese, olvidar está tan ligado a nosotros como recordar y es algo completamente normal e incluso necesario. Es un hecho que se pone de manifiesto ante la presencia de un rarísimo trastorno neurológico llamado hipertimesia. Aquellas contadas personas en el mundo que lo “padecen” (una veintena confirmados) son capaces, por razones desconocidas, de recordar prácticamente todo lo que han experimentado a lo largo de su vida, día a día y minuto a minuto. Así, por ejemplo, si le preguntase a una de estas personas qué comió el 10 de febrero de 1999 podría responderle con suma facilidad a esa cuestión. Desgraciadamente, esta bendición es también su maldición: estos individuos suelen tener notables alteraciones en su vida diaria, al pasar gran parte del tiempo recordando sucesos pasados de forma involuntaria. Esto puede ser enormemente incapacitante si existen recuerdos en sus vidas que sean especialmente dolorosos o traumáticos.
Pero los hipertimésicos no son los únicos con una memoria prodigiosa. Algunas personas autistas poseen memorias selectivas excepcionales. Célebre fue el caso de Kim Peek (el cual fue la inspiración para la película Rain Man). A pesar de ser incapaz de realizar las tareas más básicas y rutinarias tenía una memoria a largo plazo espectacular. Así, por ejemplo, era capaz de recordar el 98% de los 12.000 libros que había leído. Además, su ritmo de lectura era increíble, a la velocidad de 2 páginas cada 8 segundos (y conseguía leer 2 páginas al mismo tiempo). Y si lo que buscan es a alguien con una memoria fotográfica impecable, Stephen Wiltshire es su hombre. Es capaz de memorizar panorámicas de ciudades como Roma o Japón a la perfección durante un breve paseo en helicóptero y, después, dibujarlos con precisión.
Son estas raras excepciones y las investigaciones recientes las que evidencian que el olvido es importante para que la memoria implícita, la memoria a corto plazo, la sensorial y las habilidades cognitivas (como el análisis y la comprensión de conceptos) puedan desarrollarse con normalidad en nuestra vida diaria. Así pues, para estar sanos y llevar una vida corriente, tan importante es recordar como olvidar en su justa medida. Al fin y al cabo, somos nuestra memoria (con sus trampas y sorpresas), pero también nuestro olvido.
Bibliografía científica:
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Loftus, E. F., & Palmer, J. C. Reconstruction of auto-mobile destruction: An example of the interaction between language and memory. Journal of Verbal Learning and Verbal Behaviour, 13, 585-589.
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The nature of real, implanted, and fabricated memories for emotional childhood events: implications for the recovered memory debate. S Porter, J C Yuille, D R Lehman (1999). Law and Human Behavior 23 (5) p. 517-537.
PD: Publicamos ahora este artículo escrito hace 5 años para la revista Naukas Nº3 para que la disfruten.