A la caza de venenos que curen

Colaboración con El País, online y en versión en papel (página 29 del número del 27 de diciembre de 2018).

Araña de Sidney

Medicina o veneno. La difusa frontera que separa ambos polos opuestos está marcada por uno de los parámetros más vitales y críticos en medicina: la dosis. Así, mientras un medicamento administrado con la dosis e indicación adecuadas puede curar, este puede transformarse en un veneno en cualquier momento al rebasar cierta dosis, llegando hasta al punto de matar. El célebre médico Paracelso ya lo afirmaba en el siglo XVI:  »Nada es veneno, todo es veneno: la diferencia está en la dosis». De esta forma, sin que tengamos que vivir en un mundo al revés con lobitos buenos, príncipes malos y piratas honrados, el agua puede convertirse en un veneno y la toxina botulínica (el veneno más potente conocido) en una útil medicina. Tan solo es cuestión de dosis.

En la actualidad, los venenos animales son un territorio prácticamente inexplorado por la ciencia para la búsqueda de nuevas medicinas. De hecho, se estima que solo se ha investigado entre el 2% y el 3% del potencial terapéutico de estos venenos. Una de las razones se encuentra en las dificultades para obtener las muestras. Muchos animales venenosos son animales exóticos que se encuentran en lugares remotos y la captura para extraer su veneno no está precisamente exenta de riesgos. Otra de las complicaciones es la elevada complejidad de los venenos que suelen estar compuestos por multitud de moléculas diferentes. Sin embargo, en las últimas décadas, se ha dado un gran empuje a la exploración científica de este territorio desconocido de la investigación que se encarga de identificar a aquellas moléculas potencialmente letales que pueden esconder propiedades bioquímicas que también puedan curarnos. Hablamos de la venómica.

 

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