Colaboración con Investigación y Ciencia.
El actual tratamiento antirretroviral contra el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) ha supuesto un antes y un después en la lucha contra el SIDA. Gracias a la combinación de tres fármacos, es posible suprimir la replicación del virus y conseguir cargas virales indetectables que permiten a las personas infectadas estar sanas y tener una esperanza de vida normal. Sin embargo, conseguir la supresión del VIH implica en casi todos los casos la administración de dichos medicamentos de por vida, que no están exentos de efectos adversos. Además, con el tiempo, el VIH puede generar resistencias a los antirretrovirales, lo que complica el tratamiento.
La gran capacidad que tiene el VIH para esconderse a largo plazo del sistema inmunitario, en regiones del cuerpo humano llamadas «reservorios», es la razón por la que el tratamiento debe ser crónico en casi todas las personas. Si se dejan de tomar los fármacos, el virus vuelve a multiplicarse y expandirse por el cuerpo humano desde los reservorios y ataca a los linfocitos (células defensivas), lo que provoca con el tiempo inmunodepresión.
Numerosas investigaciones a lo largo del mundo se han centrado en encontrar un tratamiento curativo: es decir, que consiga eliminar de forma definitiva al VIH del cuerpo humano, en lugar de mantenerlo a raya cada día mediante fármacos. Por ahora, los esfuerzos realizados durante décadas han sido infructuosos para conseguir este objetivo en la población general, aunque sí se ha conseguido en personas con características especiales.
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