Me he propuesto leer con más frecuencia de la que lo hacía anteriormente (cosa no muy difícil porque ya prácticamente no leía apenas libros que no fueran sobre ciencia, y éstos tampoco es que fueran muchos). Por eso ahora procuro alternar literatura variada con científica dentro lo que me es posible. Eso sí, sin dejar de lado el manga, que leo muy de vez en cuando.
El primer libro de la temporada (para mí significa igual que curso) ha sido El Alquimista, de Paulo Coelho. Me lo prestó una buena amiga, seguidora acérrima del autor y que me lo recomendó por su narración peculiar.
El libro trata sobre un pastor de Andalucía y su decisión de viajar hacia las Pirámides para encontrar un tesoro tras tener sueños repetidos sobre ello. Para seguir su «Leyenda Personal».
En esa búsqueda encontrará a maestros que le ayuden en la búsqueda del tesoro y de sí mismo. Siendo el Alquimista su principal y último maestro descrito como el paradigma de la sabiduría. Lo peculiar del libro es que la historia va sucediéndose a base de pequeños cuentos, alegorías, aforismos y diálogos filosóficos mientras que la búsqueda del tesoro queda tan sólo como fondo de la historia.
De hecho, la narración no nos da una descripción de la época en la que sucede ni tampoco de la mayoría de los escenarios en los que trascurre. Cerrándose la historia en un círculo que termina en donde empieza. Es, principalmente, una búsqueda hacia su interior, lo que conlleva un desarrollo como persona. Cuyo objetivo principal es la felicidad, a través de gran cantidad de relatos moralizantes que enseñan al pastor qué camino elegir. «Cuando quieres una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla». Cada cual tiene su «Leyenda Personal» tan sólo depende de la voluntad y acción de cada uno que ésta llegue a completarse o no. Un libro optimista ante todo, en donde «querer es poder» y existe un «Lenguaje del Mundo» común a todo. Porque «todo es la misma cosa».
Este es el cuento que más me gustado:
Cierto mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el Secreto de la Felicidad. El joven anduvo durante cuarenta días por el desierto, hasta que llegó a un hermoso castillo, en lo alto de una montaña. Allí vivía el Sabio que buscaba. Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo.
El Sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar dos horas para que le atendiera. El Sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el Secreto de la Felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio y volviera dos horas más tarde.
Pero quiero pedirte un favor – añadió el Sabio entregándole una cucharilla de té en la que dejó caer dos gotas de aceite – . Mientras camines lleva esta cucharilla y cuida de que el aceite no se derrame.
El joven empezó a subir y bajar las escalinatas del palacio manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas las dos horas, retornó a la presencia del Sabio.
¿Qué tal? – preguntó el Sabio-. ¿Viste los tapices de Persia que hay en mi comedor? ¿Viste el jardín que el Maestro de los Jardineros tardó 10 años en crear? ¿Reparaste en los bellos pergaminos de mi bibiloteca?
El joven avergonzado, confesó que no había visto nada, Su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado.
Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo – dijo el Sabio- . No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa.
Ya más tranquilo, el joven cogió nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes. Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar.
De regreso a la presencia del Sabio, le relató detalladamento todo lo que había visto. ¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié? – preguntó el Sabio.
El joven miró la cuchara y se dio cuenta de que las había derramado.
Pues éste es el único consejo que puedo darte – le dijo el más Sabio de los Sabios . El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara.»
O lo que es lo mismo, intentar cumplir nuestro sueño, nuestro objetivo y al mismo tiempo disfrutar durante nuestro camino de lo bueno que hay en el mundo sin desviarnos de éste.