Colaboración con eldiario.es.
La investigación y el desarrollo de unas vacunas efectivas contra el virus SARS-CoV-2 hasta llegar a su administración a la población general en menos de un año ha sido un hito científico sin precedentes en la historia. No eran pocos los especialistas en vacunas que dudaban al comienzo de la pandemia de que un logro así fuera posible, pero lo fue.
Gran parte del éxito tras el desarrollo de estos tratamientos preventivos recae en los avances científicos acumulados en las últimas décadas en áreas tan diversas como la secuenciación genética, las tecnologías de ARN mensajero o los liposomas. Sin embargo, una parte nada desdeñable del logro de las vacunas contra la COVID-19 recae en otro factor esencial: la gigantesca inversión depositada en las diferentes etapas de las vacunas, incluyendo su producción masiva antes de saber siquiera si iban a resultar efectivas. Los países más ricos han destinado miles de millones de euros para garantizar que las farmacéuticas contaran con todos los recursos posibles a su alcance para conseguir las vacunas en el menor tiempo posible.
La historia del éxito tras las vacunas contra el nuevo coronavirus no es solo una historia de logros científicos, sino también una demostración de cómo cuando los intereses globales (sanitarios, económicos, políticos y sociales) confluyen se pueden superar obstáculos que parecían al principio insalvables. Conseguir nuevos medicamentos y vacunas que resulten eficaces no siempre va a depender de que haya suficiente inversión y recursos, las fallidas vacunas contra el VIH son buena prueba de ello, pero son un factor clave para que, al menos, se avance en esta dirección.
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