Colaboración con Hipertextual.
El hipo es una reacción de nuestro cuerpo tan peculiar como familiar. Prácticamente todos nos hemos enfrentado a uno o más ataques de hipo en algún momento de nuestra vida y hemos intentado las más variopintas acciones para tratar de ponerle fin. En el ámbito médico, la palabra técnica para referirse al hipo es «singulto», un término que procede del latín «singultus» y que puede significar «jadeo», «suspiro» o «sollozo».
El hipo se produce por contracciones súbitas, involuntarias y repetidas del diafragma –el músculo con forma de cúpula que separa la cavidad torácica de la abdominal– que provoca una rápida entrada de aire en los pulmones y, tras ello, su bloqueo por el cierre repentino de la glotis –un espacio localizado en la laringe, donde se sitúan las cuerdas vocales–. Todo ello desencadena el típico sonido del hipo al que estamos acostumbrados. Por razones desconocidas, el hipo afecta notablemente más a los hombres que a las mujeres.
Estas contracciones del diafragma durante el hipo están desencadenadas por la alteración (normalmente transitoria) en el funcionamiento de los nervios vagos o frénicos que controlan la contracción y relajación de este músculo o del centro respiratorio (localizado en el bulbo raquídeo, debajo del cerebro). Existen múltiples factores que aumentan el riesgo de sufrir hipo: comer en exceso, el consumo de alcohol, tabaco o bebidas con gas, cambios bruscos de la temperatura ambiental, estrés emocional, tragar aire de forma excesiva (aerofagia)…
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