Colaboración con eldiario.es.
Margarita Salas ha fallecido este 7 de noviembre tras prácticamente toda una vida dedicada con pasión y compromiso a la ciencia. Siempre al pie del cañón, con más de 80 años, seguía acudiendo al laboratorio del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, afirmando hace tan solo unos meses a eldiario.es que «no sabría vivir sin investigar». También participó en una tribuna conjunta en contra de la jubilación forzosa a la que se habían visto abocados los científicos más veteranos. «No discriminemos a los ‘vejestorios’ creativos», decían. Para Margarita, su vida y la ciencia eran inseparables y así lo demostró hasta el fin de sus días. Desgraciadamente, su vida se ha extinguido, pero los descubrimientos científicos que con tanto entusiasmo realizó seguirán con todos nosotros para siempre.
Entre la enorme contribución de Salas (centenares de artículos científicos, conferencias y ocho patentes) destacan, por su importancia, el descubrimiento de diferentes aspectos sobre cómo funciona la compleja maquinaria en torno al ADN. Sin embargo, el niño de los ojos de Margarita Salas siempre fue el diminuto virus bacteriófago Φ29 (phi29). Salas comenzó a investigar con este virus, inocuo para el ser humano, a su vuelta a España en 1967, tras trabajar en Estados Unidos con el Premio Nobel Severo Ochoa, y jamás lo abandonó. De hecho, hace tan solo unos meses, Salas explicaba que su equipo seguía investigando dicho fago –virus que infectan exclusivamente a las bacterias–, profundizando aún más en las entrañas biológicas de este peculiar organismo.
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