Colaboración con eldiario.es.
Los seres humanos somos seres de costumbres, independientemente de que estas costumbres tengan o no sentido. La farmacia no se trata precisamente de una excepción a este comportamiento. Las personas recurren a ciertos tratamientos farmacológicos porque «siempre se ha hecho así», sin que la absoluta mayoría de las veces tengan la oportunidad de saber si existe una razón justificada detrás. Simplemente se asume, pues bastante locos están ya los tiempos como para dudar de cada acción que tomamos. Ni siquiera muchos médicos y farmacéuticos se libran de la maldición de la rutina: la fuerza de la costumbre es poderosa y la inercia muy cómoda.
El ibuprofeno (600 mg) y el paracetamol (1 g) son los protagonistas de esta historia absurda que nos ilustra más sobre la naturaleza humana que sobre la farmacología. La última entrega de este relato sinsentido se origina y llega a los focos mediáticos por la entrada en vigor del Sistema Español de Verificación del Medicamento (SEVeM) en febrero. Este sistema supone un reforzado control de la administración de medicamentos en la farmacia, lo que obliga, entre otras cosas, a dejar de hacer la vista gorda con la dispensación de fármacos sujetos a prescripción médica (es decir, que necesitan receta).
Durante muchísimo tiempo, las farmacias han vendido medicamentos que legalmente necesitaban receta sin solicitarlas. En ese sentido, entre los fármacos más populares que se servían al margen de la ley se encontraban el ibuprofeno de 600 mg y el paracetamol de 1 g. Ahora, con el sistema de verificación, a las farmacias no les queda más remedio que ponerse firmes con la venta de estos medicamentos sin receta, como informaba El Confidencial.
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