Colaboración con Investigación y Ciencia.
Según la Organización Mundial de la Salud, en torno a 280 millones de personas sufren depresión en el mundo. En España, este trastorno mental está presente en más del 5,4 % de la población, lo que supone más de 2 millones de afectados. De ellos, 230.000 pacientes padecen esta dolencia en su forma grave. La pandemia de COVID-19 ha empeorado la salud mental en multitud de países, incluyendo a España, lo que se ha traducido en un aumento de la prevalencia de la depresión en los últimos años. Este trastorno mental es una de las principales causas de discapacidad e incrementa el riesgo de suicidio de manera significativa.
Los antidepresivos más usados en la actualidad, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina o de otros neurotransmisores, cuentan con dos importantes limitaciones: un gran porcentaje de los pacientes no responde al tratamiento (sobre todo en depresiones leves y moderadas) y su efecto beneficioso, cuando aparece, suele requerir semanas de medicación. Sin embargo, moléculas como la ketamina, pueden ejercer su efecto antidepresivo en cuestión de horas. Recientemente, se ha comercializado en Europa un derivado de la ketamina, la esketamina intranasal, para el trastorno depresivo mayor resistente al tratamiento, aunque en España el Sistema Nacional de Salud no lo financia. La Agencia Española del Medicamento (AEMPS) considera que existen escasos datos de eficacia y seguridad a largo plazo, sin ensayos comparativos directos de otras opciones terapéuticas empleadas para este tipo de depresión.
La ketamina se ha evaluado en múltiples ensayos clínicos para el tratamiento de diferentes tipos de depresión. Una sola dosis de esta molécula puede aliviar los síntomas depresivos en cuestión de horas y mantener ese efecto durante semanas. Sin embargo, su uso está muy restringido y, salvo la esketamina para casos particulares, no se autoriza oficialmente la ketamina como tratamiento para dicho trastorno mental. ¿La razón? Incluso a dosis bajas, la ketamina posee importantes efectos adversos (náuseas, vómitos, mareos, visión borrosa…), entre los que se incluye el riesgo de adicción.
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