Colaboración con El País.
Hace siglos, cuando los cartógrafos elaboraban sus mapas del mundo, tenían una forma muy peculiar de representar las zonas inexploradas y desconocidas por el ser humano. En estas áreas solían dibujar diferentes animales mitológicos y criaturas sobrenaturales para advertir a los marineros del peligro de esos lugares. Es una ilustrativa alegoría de una constante en nuestra historia: más allá de las fronteras del conocimiento humano, la superstición extiende sus brazos con fuerza. En medicina cuando, contra todo pronóstico, una persona afectada de cáncer se cura sin que los médicos tengan ninguna explicación al respecto, hay una idea que suele hacer acto de presencia: «¡Es un milagro!».
Las supersticiones toman forma a partir de las creencias de las personas que se exponen a lo desconocido. Así, por ejemplo, las curaciones «milagrosas» tienen una importancia vital para la Iglesia Católica. Múltiples curaciones asombrosas en pacientes que padecían cáncer y que habían rezado a determinadas personas religiosas han sido claves para que se produjeran sus beatificaciones. Es el caso, por ejemplo, de San Ezequiel Moreno (santo español protector de los enfermos de cáncer), cuya santificación fue motivada por supuestas curaciones milagrosas en pacientes afectados por esta enfermedad. Fuera del ámbito religioso oficial, en un ámbito más místico y pagano, no pocas personas que afirman haberse curado espontáneamente de cáncer han aprovechado para vender o promocionar determinadas creencias espirituales, estilos de vida, dietas o tratamientos varios sin ninguna evidencia científica detrás.
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