Colaboración con Investigación y Ciencia.
Aunque el olfato y el gusto se consideren sentidos secundarios, en comparación con la vista y el oído, desempeñan funciones muy importantes en la vida diaria: estimulan el apetito para la ingesta de alimentos, permiten el disfrute de las comidas, los perfumes y otros olores agradables, y también ayudan a detectar sustancias que ponen en peligro la vida (moléculas tóxicas en al aire, comida no apta para el consumo…). Por estas razones, las personas que sufren alteraciones importantes de estos sentidos pueden ver afectada su calidad de vida de forma notable (hasta el extremo de padecer malnutrición, depresión o ansiedad) o pueden ponerse en peligro de forma involuntaria al no percibir los compuestos tóxicos en el ambiente o en los alimentos.
Diversas infecciones respiratorias pueden provocar, en ocasiones, alteraciones del olfato y del gusto, en la gran mayoría de los casos de forma temporal. Sin embargo, la irrupción de la COVID-19 en el mundo, con más de 550 millones de casos confirmados en julio de 2022, ha puesto de manifiesto este fenómeno a gran escala. Gran parte de la población mundial ha sufrido una o más infecciones por el SARS-CoV-2. A menudo, la COVID-19 afecta de forma brusca al gusto y al olfato, hasta el punto de que estas alteraciones se han considerado signos diagnósticos típicos: se estima que las variantes de coronavirus anteriores a ómicron afectaban a estos sentidos en entre el 40 y el 50 por ciento de los casos. Estas alteraciones van desde la pérdida (total o parcial) del olfato o del gusto hasta la percepción de olores «fantasma» que en realidad no están presentes (fantosmia) o la sensación distorsionada de los olores (parosmia).
A pesar de que numerosas personas han sufrido diversos problemas del olfato y el gusto por la COVID-19, persisten numerosas incógnitas sobre cómo evolucionarán a largo plazo. ¿Se terminarán recuperando estos sentidos en todos ellos, o un porcentaje de los pacientes mantendrá de forma crónica esta afectación? Un estudio publicado hace poco en la revista The British Medical Journal intenta responder a estas cuestiones.
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