Terapias de mierda

Colaboración con eldiario.es

Reiki

En 2012, dos jóvenes estudiantes universitarios, Fernando Cervera y Mariano Collantes, se decidieron a hacer una broma. Una que no tardaría en irse completamente de las manos y que se convertiría en todo un experimento social. Su idea inicial: crear una parodia de una terapia alternativa para criticar el mundo de las medicinas sin respaldo científico. Así nació el fecomagnetismo, un tratamiento inventado en el que se combinan heces humanas con imanes para tratar numerosas enfermedades. Sí, literal y metafóricamente, se trataba de una terapia de mierda. La iniciativa recuerda, en algunos aspectos, al pastafarismo, una religión ficticia que surgió para poner en ridículo a las religiones.

Con estos tintes caricaturescos, muchos podrían pensar que la medicina alternativa surgida de la imaginación de dos amigos tendría muy poco recorrido, por ser tan absurda como para que alguien pudiera tomárselo en serio. Nada más lejos de la realidad: numerosas personas (pacientes, terapeutas, políticos…)  empezaron a creer en el potencial curativo del fecomagnetismo. Los creadores de la pseudoterapia difundieron su terapia junto a un montón de delirios en revistas pseudocientíficas, tuvieron ofertas para comercializar sus heces con imanes fuera de España e incluso participaron en grandes ferias del mundo alternativo, como la feria esotérica y alternativa de Atocha en Madrid. Esta surrealista historia se describe con detalle en el libro “El arte de vender mierda”, de Fernando Cervera, y también se narra en el documental de 10 minutos “Una terapia de mierda”, que ha sido nominada hace unos días a los premios Goya.

Aunque las andanzas y peripecias en el mundo de las pseudoterapias de Collantes y Cervera parezcan sacadas de una película de los Monty Python, la moraleja que nos enseña es, en realidad, trágica: no importa lo disparatada que resulte una medicina alternativa, esta contará con personas que decidan poner la salud en sus manos y terapeutas que quieran sacar rédito de esta. La desesperación que pueden llegar a sufrir los pacientes que no cuentan con un tratamiento efectivo les convierte en carne cañón para estas terapias, a las que pueden llegar a agarrarse como un clavo ardiendo. Por otro lado, nunca faltan personas con pocos escrúpulos que estén dispuestas a desplumar a los vulnerables, aunque hacerlo suponga poner en riesgo su salud e incluso provocarles la muerte.

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