Colaboración con eldiario.es.
Durante la mayor parte de la pandemia, la mejora en la supervivencia de los pacientes COVID-19 ha dependido principalmente de progresos en las medidas de soporte vital y de los tratamientos antiinflamatorios que prevenían la aparición de complicaciones desencadenadas por la enfermedad, como una respuesta inflamatoria extrema.
Así, se encontró que medicamentos como los corticoides (entre ellos, la dexametasona, la hidrocortisona o la metilprednisolona) o inhibidores de moléculas proinflamatorias (anakinra, tocilizumab y baricitinib) podían limitar una reacción descontrolada del sistema inmunitario y reducir la duración de la ventilación mecánica y la mortalidad en paciente moderados y graves. En otras palabras, los fármacos más útiles durante gran parte de la pandemia han sido aquellos que no tenían efectos antivirales contra el SARS-CoV-2.
Durante el transcurso de esta crisis sanitaria, numerosos fármacos prometedores han fracasado estrepitosamente frente al coronavirus: hidroxicloroquina, ivermectina, antivirales usados contra el VIH, antibióticos, interferón beta-1a, plasma de convalecientes… Solo el antiviral remdesivir logró la autorización de la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) en junio de 2020, pero su supuesta efectividad ha estado rodeada de controversias, con la OMS desaconsejando públicamente su utilización por resultados negativos en su gran ensayo clínico SOLIDARITY.
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