Colaboración con Investigación y Ciencia.
La pandemia de COVID-19, que en estos momentos se atenúa alrededor del mundo, ha dejado a su paso más de 6 millones de fallecidos y causado graves enfermedades a decenas de millones de personas. Sin embargo, este daño global del SARS-CoV-2, tras más de 2 años de crisis sanitaria, es solo la punta más visible del iceberg. Un porcentaje aún desconocido de individuos que pasaron la infección por el coronavirus (se estima que se encuentra entre el 10 y el 65 %) siguen presentando ciertos síntomas durante al menos 2 meses: es la entidad clínica conocida como COVID persistente o síndrome post-COVID-19.
Las manifestaciones clínicas de la COVID persistente, cuya aparición no depende de la gravedad de la enfermedad previa, son muy diferentes según la persona y pueden fluctuar o desaparecer con el tiempo. Los síntomas más frecuentes son: dificultad para respirar, fatiga, dolor muscular y de cabeza, alteraciones del olfato y del gusto y problemas cognitivos que dificultan la concentración (niebla mental). Esta nueva enfermedad presenta aún muchas incógnitas y múltiples grupos de investigación están haciendo un seguimiento a los pacientes que sufren este trastorno para averiguar cuál es su evolución a largo plazo.
En la actualidad, uno de los mayores misterios que rodean al síndrome post-COVID-19 es sobre su origen: ¿qué procesos llevan a que algunas personas que sufren la infección por el SARS-CoV-2 desarrollen síntomas que se mantienen durante meses? Responder a esta pregunta podría ser la clave para entender también qué ocurre en otros síndromes post-virales con manifestaciones similares y desarrollar tratamientos efectivos. Un reciente estudio clínico, cuyos resultados se publican en la revista de la Academia de Neurología Americana Neurology: Neuroimmunology & NeuroInflammation, arroja pistas sobre esta cuestión.
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