Colaboración con eldiario.es.
Nuestra forma de ver el mundo dista mucho de ser perfecta. La forma en la que procesamos la información de aquello que nos rodea está optimizada para ser rápida y eficiente, pero no correcta ni racional. En términos evolutivos, la supervivencia del ser humano ha dependido principalmente de acciones rápidas frente a peligros inminentes. Así, cuando un depredador acechaba a uno de nuestros antepasados, éste no tenía tiempo para hacer sesudos y racionales análisis sobre qué decisión aumentaba más las posibilidades de sobrevivir de forma estadísticamente significativa: si luchar, huir o hacerse el muerto. La clave era actuar rápido con la poca información disponible, no paralizarse pensando racionalmente sobre todos los posibles escenarios. En muchos de los casos, las decisiones podían ser correctas, pero tampoco tenían por qué serlo en el 100 % de ellas.
A esta forma simplona pero ágil de analizar nuestro mundo se suma otra peculiaridad más de la psique humana: nos gusta mucho que nuestra visión del mundo tenga una coherencia interna. De hecho, el ser humano suele resistirse con fuerza a aquellas ideas y hechos que cuestionan o contradicen esa lógica irracional de nuestra mente. No es precisamente agradable cambiar de opinión sobre asuntos importantes y reconocer que estábamos equivocados. Además, siempre existe cierta tensión entre adaptarse a los nuevos tiempos, por un lado y, por otro, proteger las creencias importantes de nuestra psique. Tanto es así, que utilizamos muchos esfuerzos cognitivos irracionales (normalmente de forma inconsciente) para evitar cualquier elemento transgresor que ponga en jaque nuestras creencias.
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