Colaboración con eldiario.es.
Una de las mayores incógnitas que han rodeado a las vacunas contra la COVID-19 desde su comercialización ha sido su capacidad para evitar que las personas vacunadas e infectadas por el SARS-CoV-2 contagiasen a otros individuos. La mayoría de ensayos clínicos realizados no indagaba en esta cuestión porque ello dificultaba la realización de los estudios y porque no era un objetivo en absoluto prioritario. Lo que buscan principalmente los ensayos clínicos es conocer la seguridad y la eficacia de estos medicamentos a la hora de prevenir la COVID-19 grave y las muertes por la infección por el nuevo coronavirus.
A pesar de esta notable ignorancia inicial sobre la capacidad de las vacunas para frenar contagios, esta cuestión ha sido siempre importante por su implicación en el control de la pandemia. Cuanto mayor sea el efecto de las vacunas para evitar la transmisión del coronavirus a partir de las personas vacunadas, más fácil será el control del virus, al limitar las olas epidémicas. Sin embargo, conocer este detalle clave no es nada sencillo por diferentes razones.
¿Por qué no es fácil saber si una persona vacunada puede contagiar?
En primer lugar porque detectar la infección por coronavirus en personas vacunadas resulta más complicado, ya que en estas suele presentarse de forma asintomática o con síntomas muy leves. Así que, desde un punto de vista epidemiológico, identificar a estas personas contagiosas tiene dificultades añadidas y es más probable que se escapen de los «radares» durante el rastreo de contagios. Para identificar a todas las personas infectadas (aunque no tengan síntomas) de un colectivo es necesario realizar pruebas PCR a todas ellas, lo que implica el uso de bastantes recursos y personal.
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