Colaboración con El País:
Sábado por la noche en una famosa zona de botellón. Jóvenes veinteañeros comienzan a reunirse en torno a coches equipados con subwoofer especiales para ambientar la velada al ritmo de sus potentes graves. Los asistentes portan bolsas de supermercados repletas de bebidas alcohólicas y refrescos para mezclar.
La fiesta comienza y, enseguida, los vasos comienzan a vaciarse con rapidez. Una maceta de sangría vuela en minutos, el calimocho de un vaso gigante desaparece a una velocidad pasmosa.
A alguien se le ocurre utilizar un embudo para hacer más amena la tarea. «A ver quién es capaz de beber todo lo que le echemos» dice un chaval desafiante. A las 2 horas de comenzar, ya hay algunos borrachos y la noche sigue, entre el desenfreno de la embriaguez y el alcohol como medio y fin de diversión. Probablemente alguno termine en Urgencias por intoxicación etílica esa noche.
Lo anterior es un relato típico de cualquier fin de semana para una multitud de jóvenes españoles. Al fenómeno nada nuevo del botellón, se suma un comportamiento de riesgo tampoco nada reciente en nuestro país, pero sí uno al que se le había prestado poca atención hasta hace poco, especialmente por los profesionales sanitarios. Es el binge drinking, un término anglosajón tan novedoso que no existe un equivalente definido en castellano, aunque lo más aproximado sería denominarlo «atracón alcohólico».
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Que poca cabeza que tienen estos chicos, ya son ganas de pasarlo mal. Los peores los que repiten en las siguientes fiestas.