Colaboración con Investigación y Ciencia.
La fecundación in vitro (FIV) es un tratamiento cada vez más extendido en los países desarrollados. El procedimiento consiste en la extracción de los óvulos y su fecundación directa con los espermatozoides en el laboratorio. En los últimos años, la opción de congelar los embriones resultantes en nitrógeno líquido (a -196 ºC), para implantarlos en el útero más adelante, se ha incrementado de forma considerable en el mundo. En la actualidad, el 8 por ciento de los bebés de Europa nacen mediante técnicas de reproducción asistida, y en algunos países los que nacieron a partir de embriones congelados son la mayoría.
Varios son los motivos que han favorecido la congelación de los embriones. Por un lado, las técnicas de congelación se han perfeccionado con el tiempo, lo que ha mejorado la supervivencia del embrión y el éxito del embarazo. Por otro, diversos países han ido implementado políticas de congelar todos los embriones antes de la fecundación, en lugar de implantarlos directamente. La congelación permite disminuir el riesgo de embarazo múltiple, al transferir solo un embrión al útero, mientras el resto permanecen congelados. También se reducen las probabilidades de que la madre padezca el síndrome de hiperestimulación ovárica (una complicación grave), al disminuir los ciclos de estimulación hormonal.
Algunas investigaciones sugieren que la implantación de embriones congelados podría incrementar el riesgo de que la madre sufra hipertensión durante el embarazo o de que el bebé tenga un mayor peso o tamaño en el nacimiento. Además, se sabe muy poco sobre los efectos sobre la salud del bebé a largo plazo asociados al proceso de congelación. Un estudio publicado de forma reciente en la revista PLOS Medicine aporta ahora datos valiosos, aunque preliminares, sobre si esta técnica podría incrementar el riesgo de cáncer.
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