Superbacterias: así es el declive de los antibióticos

Colaboración con Muy Interesante.

Bacterias

En el año 1930 ocurrió un hito clave en la historia de nuestra especie, mucho menos conocido que el descubrimiento de la penicilina por parte del médico Alexander Fleming (en 1928). Por primera vez, se usaba con éxito un antibiótico, la penicilina, para curar a cuatro pacientes afectados por infecciones oculares bacterianas. Ese evento marcó también el comienzo de una carrera armamentística permanente entre las bacterias patógenas y la humanidad. La «confrontación» entre la selección natural y la evolución actuando en dichos microorganismos, por un lado, y el ingenio y el esfuerzo de los científicos, por otro.

Desde el momento en el que las personas empezaron a contar con armas específicas dirigidas a atacar a las bacterias, estas empezaron a adquirir, lenta pero inexorablemente, «escudos» para resistir sus efectos. Así, la producción a gran escala de la penicilina y de otros antibióticos desde los años 40 del siglo pasado salvó a multitud de personas de las infecciones bacterianas, pero también implicó pisar el acelerador de un fenómeno inevitable: la generación de resistencias.

Un destino predecible

Fleming fue consciente, desde muy temprano, de que la penicilina podía dejar de ser eficaz. Al recibir el Nobel, fue franco en su discurso: «Quizás llegue la época en la que cualquiera pueda comprar penicilina en las tiendas. Existe el peligro de que el hombre ignorante tome fácilmente una dosis insuficiente y al exponer a sus microbios a cantidades no letales del fármaco, estos se hagan resistentes».

La predicción del médico no tardaría en cumplirse: menos de 10 años después de que el uso de la penicilina se extendiera por el mundo se empezaron a detectar las primeras resistencias bacterianas.

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