La fruta cortada y pelada, culpable de cientos de infecciones alimentarias

Colaboración con Hipertextual.

Sandía

Las frutas cortadas, así como las verduras ya lavadas, peladas, y listas para comer se han ido haciendo un hueco cada vez mayor en los estantes de supermercados y tiendas de alimentación de los países desarrollados en los últimos años.

Estos productos favorecen el consumo de productos saludables gracias a la comodidad y al ahorro de tiempo que ofrecen. Así, los consumidores pueden comer frutas y verduras al instante y llevarlos a lugares donde no sería posible su adecuado procesamiento (por carecer de agua corriente o de utensilios, entre otros factores). Además, en el caso de sandías y melones, poder comprar trozos de estas frutas facilita almacenarlos en el frigorífico y se evita desperdiciar parte de ellas. Por contra, estos artículos son más caros que sus equivalentes sin procesar y ocasionan un mayor consumo de envoltorios de plástico, por lo que son una opción menos ecológica.

Más allá del consumo de plásticos, una de las principales desventajas de la fruta cortada es la necesidad de mantenerla refrigerada. Las cortezas y las pieles de las frutas son una imprescindible capa de protección que desaparece cuanto estos alimentos se cortan, lo que acelera su degradación en condiciones normales. Por otra parte, si la manipulación al cortar la fruta no ha sido cuidadosa (con lavado previo de manos, utensilios y superficies de alimentos), existe el riesgo de contaminación bacteriana en la parte carnosa de la fruta. Este peligro es aún mayor para frutas que están en contacto con la tierra como sandías y melones, que pueden tener en su superficie diversos microorganismos patógenos para el ser humano, si no se lavan previamente.

Seguir leyendo en: La fruta cortada y pelada, culpable de cientos de infecciones alimentarias